Crisis del PSOE

Lo visto y lo que está por ver

La Razón
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«Entre todos me echáis, a ver si no me termináis echando de menos». Así resumió el humorista Peridis la dimisión en 1981 de Adolfo Suárez. Las consecuencias de su renuncia para el centro derecha son de sobra conocidas: catorce años en la oposición y desde 1982 sólo una de ocho legislaturas con mayoría absoluta de gobierno. Suárez, en opinión de muchos, sobre todo de los suyos, era un chisgarabís, un chusquero de la política, un dirigente sin formación. Sin embargo, ganaba elecciones. Por el contrario, los Herrero de Miñón, los Fernández Ordóñez, los Osorio, los Abril Martorell no hubieran reunido nunca simpatizantes ni para llenar un autobús, como se comprobó con Landelino Lavilla. Pues bien, treinta años después, la historia amenaza repetirse con esta saga- fuga de Rodríguez Zapatero, a quien sus propios compañeros han despedido con una patada en el trasero mucho más sonora que los gélidos aplausos que cosechó en el Comité Federal del pasado sábado.
A Zapatero, como a Suárez, le ha tocado gestionar una gravísima crisis económica y ambos comparten también cierta indefinición en su política exterior y otros vaivenes ideológicos. Pero no nos engañemos, al que fuera líder de UCD le arruinaron las luchas intestinas de los distintos clanes de la coalición. Y Zapatero ha sido víctima, aparte de sus errores, de la honda división interna que arrastra el PSOE desde el año 2000 en que el leonés accedió a la Secretaría General por sólo nueve votos de diferencia. Sin Suárez los prohombres de la UCD creyeron llegado su momento de gloria en el olimpo del poder, aunque luego la mayoría tuvo que refugiarse en despachos de abogados o conformarse con rellenar segundas filas de Alianza Popular. Ahora, sin Zapatero, los barones socialistas confían en movilizar de nuevo el voto progresista y que las masas se encandilen con los discursos de los Barreda, los Fernández Vara, los Alarte, los Lissavetzky y quién sabe si hasta con las intervenciones en los mítines de José Antonio Griñán. Por cierto, en un próximo artículo recordaré el efecto que tuvo la marcha de Suárez en la UCD de Andalucía. Aunque las comparaciones siempre sean odiosas.