San Sebastián
Sabio consejero
Tengo que reconocer que, por esta vez, Zapatero me ha descolocado. Se cuenta del conde de Lowester. El conde casó con lady Margaret Cranshaw. Tuvo dos hijos con ella. Abandonó a lady Margaret y a sus dos hijos cuando se lió con Iris Potmowller, cajera de «Mark & Spencer» del establecimiento de Knithbridge. El conde, para engatusar a Iris, adquiría todos los días media docena de calzoncillos y otra media de calcetines. Con Iris compartió un hijo. Tanto Iris como el hijo pasaron a un segundo o tercer plano cuando el conde se enamoró con locura de Rose Padmington, una naturalista que había renunciado al amor en beneficio de los salmones. Su libro «Los cabrones de los nipones nos están dejando sin salmones» fue tan polémico como exitoso.
El conde consiguió que Rose también tuviera ojos para él, y convenció a Rose de que dejara durante un tiempo a los salmones y se dedicara al amor. De ese amor nació una hija. Cuando la niña aguardaba con ilusión la llegada de su padre para celebrar su fiesta de cumpleaños, lo que llegó fue una carta. El conde se había casado con Ainoa Igueldomendi, una española de San Sebastián, campeona de remo. No le dio tiempo a tener un hijo con Ainoa, porque el conde experimentó un patatús cardiovascular del que no pudo escapar con vida. Pero en su agonía, reunió en torno a su lecho de muerte a lady Margaret y sus hijos Ferdinand y Williams. A Iris Potmowller y su hijo Mark. A Rose Padmington y su hija Elleonora, y finalmente a Ainoa Igueldomendi, que renunció a remar en Orio al conocer el estado de gravedad de su conde. Y cuando los tenía a todos reunidos, con la voz apagada y la mirada bañada en lágrimas, les dio un último consejo. «Mujeres mías, hijos míos: ante todo, sed fieles en el matrimonio». Y expiró. Dos días atrás, Zapatero se encontró por vez primera con su colega británico, David Cameron. Se trataba de una de esas reuniones a las que, por cortesía, los dirigentes europeos invitan a nuestro presidente por aquello de su presidencia europea con carácter semestral. «Ahí viene el gamberrete», acostumbra a cuchichear Ángela Merkel a Sarkozy cuando Zapatero ingresa en el salón de reuniones. Pero Zapatero, de cuando en cuando, sorprende y descoloca, y esa capacidad hay que reconocérsela con cierta dosis de admiración. Así que estaba estrechando la mano de David Cameron, cuando Zapatero, por medio de su intérprete, le dijo al Primer Ministro británico: «David, lleva a cabo cuanto antes las necesarias reformas económicas». Cameron, que es hombre de mundo, no pudo evitar emitir un sonido gutural más cercano al «¿Iejjj?» que al «glub glub». Y Zapatero le regaló un guiño a la ministra Salgado como diciéndole: «La mejor defensa es un ataque, chirri».Y en efecto. David Cameron necesitó de algunos minutos para recomponer su ánimo. Esperaba de Zapatero cualquier cosa menos un consejo para atajar la crisis económica. La recomendación del conde de Lowester a sus mujeres e hijos en la antesala de la muerte es la síntesis de la prudencia y la coherencia comparada con el consejo de Zapatero a David Cameron. Y eso es lo que tiene. Que es inasequible al desaliento. Como contando chistes a los amiguetes en las barras de los bares de León, entre tapas y cañitas.
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