Italia
La senda de Esquilache por Martín Prieto
Carlos III ganó la fama como alcalde de Madrid, pero quien cardó la lana fue Leopoldo de Gregorio, italiano de Messina, secretario de Estado de Hacienda y mano derecha del Rey. Regresado a Italia se lamentaba: «Yo he limpiado Madrid, le he empedrado, le he hecho paseos y otras obras que merecerían que me hicieran una estatua, y en lugar de esto me han tratado indignamente». Fue el primero en instalar alumbrado público en las calles de la sombría capital. Prohibió el chambergo y la capa larga bajo la que los embozados ocultaban espadas, puñales y hasta trabucos y mandó patrullar guindillas con tijeras para recortar a los infractores descubriendo las artes de su oficio. En marzo de 1776 y durante tres días estalló el motín de Esquilache y le buscaron con la sana intención de asesinarle en su casa de las siete chimeneas, hoy Ministerio de Cultura. Carlos III hubo de mandarle de embajador a Venecia. El Gobierno estudia prohibir encapuchados en las manifestaciones y eso es más de razón que regularlas administrativamente. El argumento angular francés para prohibir el «burka» es que debajo ni siquiera se distingue si deambula hombre o mujer. También el carnaval de Venecia puso acomodo a todas las venganzas de sangre. En España aún ni siquiera hemos unificado criterios sobre el velo integral de niñas y adultas dejándolo al albur de municipios y colegios por respetar las tradiciones de quienes no comulgan con nuestras costumbres. El caso es que acudir encapuchado a una manifestación pacífica es como llevar entre los dientes el prontuario policial, judicial y carcelario. El marqués de Esquilache tenía razón y no era el despótico que se retrata, sino un progresista ilustrado de la modernización de España que dio pasos de gigante en materia fiscal y chocó con un casticismo de pedernal. Manifestantes con capucha, embozados en el pañuelo palestino o con casco de motorista ya se sabe que sólo van a reivindicar la camorra. Que el Gobierno no se lo piense demasiado.
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