España
Continuidad y reformas
Como cada Nochebuena, el Rey volvió este año a dirigirse a los españoles directamente, sin intermediarios de ninguna clase. Como corresponde a la naturaleza de la Monarquía española tal como viene reflejada en la Constitución, el mensaje del Rey siempre entraña algún significado político, aunque éste sea muy general, de orden propiamente nacional. Desde esta perspectiva, la manifestación de la disposición del Rey a continuar en su puesto, con la indicación inequívoca acerca de la continuidad de la persona –y por tanto, evidentemente, de la institución–, es una excelente señal para todos, o tal vez habría que decir para casi todos.
Una de las obsesiones de los dos mandatos de Rodríguez Zapatero ha sido recuperar para el presente la esencia de la Segunda República, volver a aquellos estupendos tiempos de progreso y modernidad que los españoles –cerriles como somos– no supimos comprender. Se pueden hacer toda clase de ejercicios intelectuales al respecto, como el chiste de hablar de una monarquía republicana, pero la realidad es terca y no parece que la actitud socialista, manifestada en la reaparición de las banderas republicanas en todos los actos y las manifestaciones del partido y organizaciones afines, haya contribuido a hacer del PSOE un referente en cuanto a la solidez y la continuidad de las instituciones.
Por otra parte, el Rey ha recordado, por medio del ejemplo deportivo, el alcance de los éxitos conseguidos por los españoles, incluso en épocas tan difíciles como las que estamos viviendo.
En contra de lo que muchas veces se escucha, no somos un país quebrado ni arruinado. Al contrario, España es una de las grandes potencias del mundo, un gigante económico al que una política de resentimiento y de campanario ha limitado en sus posibilidades de crecimiento. Para cualquiera que haya conocido la realidad española de los últimos treinta años, el éxito de nuestro país sigue siendo asombroso.
La apelación del Rey a la continuidad en las reformas –tal y como se iniciaron en la Transición, se puede añadir– introduce otro elemento de reflexión. Es la necesidad de reforzar las instituciones y los consensos básicos. Todo el esfuerzo del Gobierno en estos últimos seis años se ha dirigido a acabar con ellos, y esta política, de forma nada casual, ha llevado a prolongar e intensificar la crisis económica, a sembrar la confusión política y a desprestigiar a España en la escena internacional, hasta llevarla al borde mismo de la irrelevancia. Los socialistas y Rodríguez Zapatero han jugado con España como un niño malcriado destroza sus juguetes de un manotazo, sin saber lo que cuestan.
La presencia, un año más, del Rey en los hogares de los españoles indica por sí sola que el proyecto socialista no ha conseguido sus objetivos. Si los contenidos del mensaje se han referido –mucho más allá de cualquier posición partidista– a la necesidad de permanecer unidos y a recordarnos lo que hemos hecho en estos treinta años, está claro que la realidad española ha empezado a superar la pesadilla de estos años.
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