Barajas
Antonio Camacho El ministro robot del que no se sabe lo que piensa
Nunca hubo un secretario de Estado de Seguridad tan invisible como Antonio Camacho. En los siete largos años que lleva atornillado a ese sillón ha pasado de todo: la negociación con ETA, el atentado de la T-4 en Barajas, la pasarela de las marcas blancas de Batasuna (PCTV, ANV, Sortu, Bildu…), el juicio del 11-M, el «caso Faisán» por el chivatazo a los terroristas de ETA en Irún… No podían haber pasado más cosas terribles y referentes a la seguridad o inseguridad del Estado en el periodo en el que Camacho ha ocupado ese crucial cargo situado en el ojo de la tormenta. Sin embargo, no se ha quemado. Y no se ha quemado por la sencilla razón de que no se ha mojado nunca por mucha agua y muchos rayos que hayan caído. De Camacho no recordamos una sola frase comprometida, ni para bien ni para mal. Sus intervenciones escénicas han sido puramente virtuales. Nunca ha comparecido «realmente» en público ni para decir «esta boca es mía». De lo cual sólo se puede deducir que esa boca no es suya y que Camacho ha sido simplemente una sombra vana, un «madelman», un robot sin alma del poder socialista. Pero hasta los robots dejan huellas. Las de Camacho están en los informes de la época de la negociación política en los que verificó que ETA no estaba preparando ningún atentado cuando estaba preparando el de la Terminal 4 de Barajas. Y están también en ese número de su móvil que aparece en el de uno de los imputados del «caso Faisán». Ahora Alfredo Pérez Rubalcaba le hace ministro a Camacho para seguir controlando el Ministerio del Interior desde el exterior, para seguir mangoneando las excarcelaciones y los acercamientos de presos de ETA mediante este señor teledirigido que lucha denodadamente por su inexistencia. A Ignacio Astarloa, cuando era secretario de Seguridad en la era de José María Aznar, se le vino encima el 11-M y tuvo que dar la cara y decir lo que pensaba. Astarloa era un hombre bien pensado, cosa que no se puede ser cuando se tiene el oficio de poli o de secretario de Seguridad, y pensó bien, o sea mal, por lo que le cayó encima un chaparrón. A Antonio Camacho no hay peligro de que le pase eso. No sabemos lo que Camacho piensa de nada porque jamás lo ha dicho. Prueben a hacerle preguntas un poquito comprometidas. Verán como antes de que meta la pata queda desconectado y las contesta Rubalcaba como el titiritero que sale entre las sombras detrás del guiñol.
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