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Ha podido provocar sorpresa e incluso indignación la ausencia de un buen número de jugadores de nuestra Selección en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, pero el hecho tampoco debería pillarnos desprevenidos. Es sólo la paradoja que certifica por otro lado que el fútbol es en este país mucho más importante que los boatos y los honores oficiales. Vamos, que cuenta menos hacerle un feo a Don Felipe y Doña Letizia saltándose el protocolo, que perderle el respeto a la afición en un partido de Liga y presentarse sin plenitud de facultades, pensando en el generoso reparto de fabada y litros de sidrina tras la ceremonia.
Por supuesto, según el forofismo de cada cual, habrá en este caso opiniones contrarias. Sobre qué prima más, si el deber profesional o el compromiso social. Si pensar en goles o en besamanos y medallas. Hay quien piensa que para el tiempo que pierden en el hotel de concentración, jugando a la play o tocando pelotas, bien podían acercarse a Oviedo a cantar el «Asturias, patria querida», mientras otros defienden a ultranza la disciplina en los clubes de primera división. Lo curioso es que todas las posturas tienen parte de razón, menos los chicos de «La Roja», que tras alcanzar la categoría de dioses de verano después de ganar el Mundial, se ven ahora reducidos a espectros de su propia gloria, sometidos a las miserias de la nueva temporada.

Ego de entrenador
Si este sábado juegan a bajo nivel, se empezarán a buscar distintos culpables. Pero tanto Guardiola como Mourinho se han mantenido inflexibles, con el gesto displicente de permitir acudir al lesionado Xavi y al fiable Casillas a hacer acto de presencia. Tal vez lo que les pasa a ambos entrenadores sobrados de ego es la envidia porque no les han dado a ellos el premio, del que sin duda se creen merecedores. Si se lo hubieran dado, les hubiera faltado tiempo para saltarse entrenamientos y acudir perdiendo el culo a las galas principescas. Mientras tanto, la disciplina atenaza a las Cenicientas de banquillo.