Ministerio de Sanidad

526843

La Razón
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Quizá nunca lleguemos a saber su nombre. De ella, sólo nos queda constancia del número anónimo de su expediente. El 526.843. Era una mujer y tenía antecedentes de hipertensión arterial y un ictus declarado dos años antes. El 8 de noviembre de 2003, a las 4 menos diez de la tarde, la llevaron a Urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés por pérdida de conciencia. Le practicaron un TAC. Le hicieron los análisis preceptivos de sangre y de orina. Le diagnosticaron un ictus e infección en la orina. A las 10 de la noche, recibió la visita de un médico que había decidido por ella. Le proporcionó una sedación con 40 miligramos de CLM. Pero 526.843 no falleció a pesar de que se le había administrado una cantidad doble de la que habían recibido otros fallecidos en el servicio de Urgencias del Severo Ochoa. Por razones que se nos escapan –quizá su organismo se aferraba a la vida con esa fuerza que desafía la razón– 526.843 sobrevivió. A las 12 de la mañana del día siguiente, otro equipo médico detectó la sedación que había recibido y decidió retirarla. Las razones eran obvias. Aquella mujer ansiaba vivir y el tratamiento era contraindicado. 526.843 estuvo sin morfina y vivió durante las siguientes treinta horas. Entonces, volvieron a aparecer los partidarios de la sedación. Da la sen-
sación de que estaban más que decididos porque tacharon el anterior tratamiento y reintrodujeron la se-
dación terminal con Tranxilium 200 miligramos. Y por si fuera poco, administraron a 526.843 cincuenta miligramos de morfina cada 12 horas. Y por si no fuera bastante decidieron que 526.843 recibiera premedicación Midazolam 15 miligramos en bolus. A la media hora, 526.843 había abandonado este mundo por mucho que se hubiera empeñado en permanecer en él. En el informe del Colegio de Médicos de Madrid sobre las sedaciones irregulares del Severo Ochoa de Leganés, 526.843 es descrita como una «paciente no terminal» que, «ante un ictus y un cuadro infeccioso», recibió «sedación sin indicación de tratamiento de ningún síntoma refractario y sin agotar el tratamiento indicado activo». No sólo eso. Los peritos nombrados por el Juzgado número 7 de Leganés también señalaron en este caso que las «dosis de fármacos son inadecuadas por exceso». A mí esta historia –una de las muchas estudiadas por la comisión de expertos del Colegio de Médicos– como la de 548.000, como la de 28.963, como la de 144.998, como la de tantos otros, me hiela la sangre en las venas. Quizá es que estoy acostumbrado a que los médicos procuren curar a sus pacientes y no logro ver justificación a que se administre una sedación contraindicada a quien no la requiere. Quizá es que pienso que esos pobres muertos podrían haber sido mis padres o alguna de las personas de edad que conozco. Quizá es que esa utilización del número en un caso como el relatado me recuerda a los que entraron en Auchswitz y en el Gulag para nunca abandonar con vida esos infiernos diseñados por otros miembros de su propia especie. En cualquiera de los casos, me digo que muy carente de fibra moral, muy escasa de propuestas y muy destituida de personas de valía tiene que andar la izquierda cuando erige como héroe al doctor Montes, uno de los responsables directos de casos como el de 526.843.