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El dios de los ateos

La Razón
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No creer es también una creencia, como el negro es también un color.

Conocí a un Fulano, periodista y furibundo ateo, que escribía tremendas diatribas contra la Iglesia y sus autoridades jerárquicas, logrando prosélitos y «milagrosas» conversiones al ateísmo.

Pero le aquejaron graves síntomas de una enfermedad, y mucho sorprendió que el convertido al catolicismo fuese él. Que, sin dar otra explicación, se puso a escribir artículos como un creyente «de toda la vida». Muchos se preguntaban: –«Pero, éste ¿no era el mismo que decía ser ateo, con tantos argumentos convincentes?».

Algunos conversos por él, se lo reprocharon: –«¿De modo que la artritis te ha convertido al cristianismo? ¡Como para fiarse de ti!». –«Yo siempre fui creyente y daba aquellos argumentos con reticencia, incluso para que se apreciara la locura del racionalismo materialista. Era una veleidad, una imprudencia, ya lo sé; pero yo siempre he tenido presente a Dios en todos los momentos de mi vida».

Pero el agudo proceso artrítico cesó y, en lugar de agradecer a Dios tan alto favor, volvió a esgrimir los mismos argumentos antirreligiosos. –«¿Qué te pasa, que has entrado en razón o te has vuelto loco de racionalismo materialista?». –«Yo siempre he acatado la razón científica, la esencia material de cualquier fenómeno, que no depende de una voluntad divina y, como filósofo relativista, intento sembrar la duda lógica. Dudar de Dios es el primer paso para convencerse de su no existencia». –«¡Anda ya! Lo que siembras es la duda sobre ti mismo. Merecías quedarte paralítico, para convertirte de nuevo en un beato».

Deseo cumplido. De nuevo le aquejaron tan serias dolencias, como para poner «el grito en el cielo», y de nuevo volvió a escribir artículos llenos de piedad y de esperanza en Dios.

Daba suficientes pruebas de trastorno. Pero otro milagro se produjo: Cada artículo, por separado, tenía su público específico, para aprobarlo y jalearlo. Simpatizantes de los dos bandos.

Creyentes, por miedo y por la angustiada interrogación ante el misterio del dolor y la muerte, nunca faltarán: El sentimiento religioso, bajo cualquier género de dogma, nunca cesará y habrá creyentes hasta el fin del mundo. No se va a poder evitar. El ateo ilustrado y convicto lo tendrá que admitir.

Y supongo, con la misma certeza, que la Iglesia moderna ha admitido también que este tipo de ateo no está privado de una profunda espiritualidad, y puede ser un místico de la materia, con arrebatos de entusiasmo y agradecimiento ante la insondable complejidad del cosmos. Todo esto se puede manifestar en ellos, con idéntica intensidad que en un ferviente cristiano, musulmán o budista.

Muchos ateos, de formación humanística, se han sentido impulsados a la disección de la idea de Dios, su germen, su composición y su manipulación. Ya que no pueden creer, quieren comprender. Muy bien. Pero cuando comprendan, otras interrogaciones les asediarán. El Cosmos guarda y esconde tantos misterios como la religión. Pero, veamos: Al ateo también le pueden comprender el espíritu de Pascal, de Kierkegaard, de Unamuno… Pensadores cristianos atormentados que, en fino y al más alto nivel intelectual, sintieron lo mismo que el Fulano de marras: la flaqueza de su creencia y la flaqueza de su negación. Dos mundos paralelos. ¿Dónde está la verdad, la única y definitiva verdad? ¡Misterio! La misma Iglesia es tan consciente de ello que a preguntas lógicas y banales sobre la ortodoxia responde: –«Misterio. Si no crees en el misterio, caes en el ateísmo más vulgar».

Pues ¡ya está! Lo más cierto es que todos nos parecemos, los que encuentran a Dios, los que dudan, los que lamentan no creer… El misterio se hace dueño de todos y la interrogación es general, como es general la contestación: Misterio. Misterio para todos. Esta idea debiera servir para hermanarnos, para acabar con muchas discusiones y litigios mortales.

Pero esto no sucede, no lo querrá Dios o el Misterio. –«¡Qué le vamos a hacer!».