Europa

Crítica de libros

Extre mismos por Ángela Vallvey

La Razón
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Decíamos anteayer, aquí mismo, que encuentro en la sociedad española una ríspida tolerancia hacia la amenaza y el matonismo verbal, hacia la violencia de baja intensidad, pero igualmente letal, que suponen el insulto y la inmoralidad del acoso. En estos tiempos, uno de los insultos preferidos del matón verbal (matón de calle o red social) es el calificativo «fascista», que en su ignara boquita de piñón (de piñón fijo) suele sonar «¡facita!», como si se le hubiesen caído las SS al palabro. Por lo general, se llama fascista en España al que menos trazas de fascista tiene: al liberal, al librepensador, al libre, al que no tiene trono ni reina y, por tanto, nadie que lo defienda. No si es fácil encontrar una sociedad europea con tanta empanada mental respecto al concepto «fascismo» como la española. Resulta extraño y contradictorio que los colectivistas de extrema izquierda (estalinistas, marxistas, comunistas...) odien a su homólogos, los colectivistas de extrema derecha (fascistas), y confundan a los individualistas y anticolectivistas (que suelen ser liberales) con fascistas. Esta premisa también funciona en su viceversa: los colectivistas de derechas (fascistas) confunden a los liberales con «peligrosos» comunistas. Y unos y otros se reafirman históricamente en sus errores gracias a su ignorancia enciclopédica. Lo que resulta temerario hoy día, cuando los movimientos populistas y extremistas se van abriendo paso a garrotazo limpio entre los restos del naufragio de los partidos políticos tradicionales en una Europa que zozobra. ¿El fascismo y el comunismo no se explican en la escuela, la universidad, en la tele…? No, pues en España cualquiera puede ser «acusado» de fascista. Y, si nadie sabe qué es el fascismo y el comunismo, ¿cómo los reconocerá cuando se enfrente de verdad a ellos…?