Educación

La performance

La Razón
La RazónLa Razón

Recuerdo mi paso por la universidad española. En las facultades de letras nos suministraban marxismo en vena. Cuatrimestral o semestral. Para que luego digan que no había dónde elegir. Una tenía la sensación de que los mandamientos laicos de la universidad española eran: clientelismo, endogamia y marxismo. Tres personas «divinas» en un solo cuerpo docente. (Quizás exagero o me traiciona la memoria).
He conocido profesores verdaderamente brillantes en la universidad española. Algunos han sido mis maestros y tenían una altura intelectual digna de encomio. Todavía no me explico cómo han logrado sobrevivir. Muchos (por fortuna) continúan resistiendo dentro de un ecosistema dominado por catedráticos que dictan sus normas como auténticos jerarcas en las taifas universitarias públicas. El proletariado de becarios/ayudantes/asociados, si quiere hacer carrera profesoral, empieza a realizar méritos para «quedarse» ya en el primer curso. A una, que es muy floja y se le seca la lengua con pegar un par de sellos, le parecía increíble que hubiese quien aguantara años y años chupando cátedros traseros hasta conseguir «colocarse». El clientelismo y la endogamia, tan españoles, ahogan el talento que hay (sin duda, y menos mal) en la universidad pública española, y que a duras penas puede florecer sofocado como se encuentra por los pelotas de turno. He conocido catedráticos que han «sacado plaza» en su departamento para sus amantes, los hijos de sus amigos influyentes y su primo de Puertollano (es un poner). Cuando sale a concurso una plaza en la universidad española, nadie sobrado de merecimientos pero «de fuera», de otra universidad, se presenta. Los «aliens» no son bienvenidos. El candidato «oficial» al puesto nombra incluso a los miembros del tribunal que lo examina, con el apoyo de su amo y señor catedrático. (Cosa que ya quisiéramos poder hacer el resto de los mortales mismamente en el examen del carnet de conducir). El sistema tiene mucho de feudal. Y las intrigas y camarillas departamentales han logrado que innumerables profesores ciertamente valiosos tirasen la toalla y se largaran a dar clases en una universidad perdida de Ohio, o a un instituto, con los nervios destrozados. Quizás todo esto tenga algo que ver con la pésima reputación de la universidad española: ninguna universidad española está entre las 100 mejores del mundo. Como tampoco resulta extraño que algunos alumnos, abducidos por la ideología dominante, hagan performances anticlericales en las iglesias católicas (que ponen la otra mejilla) pero no en la mezquita de la M-30 de Madrid.