Asia

Pekín

Colapso por corrupción

Hu Jintao advierte de que los abusos de poder provocarán «el derrumbe de China». El Partido Comunista inicia la renovación de su cúpula en un congreso crucialConsulte el gráfico adjunto para más información

El discurso de Hu Jintao se retransmitió ayer en las pantallas de Pekín
El discurso de Hu Jintao se retransmitió ayer en las pantallas de Pekínlarazon

PEKÍN- Hu Jintao, el inexpresivo ingeniero hidráulico que ha liderado China la última década, ofreció ayer el que seguramente sea su último discurso como secretario general del Partido Comunista (PCCh). Lo hizo en el Palacio del Pueblo de Pekín ante cerca de 2.300 «camaradas» y cientos de periodistas, en la ceremonia de apertura del XVIII Congreso del PCCh, durante la cual el gigante asiático renovará su cúpula y decidirá cómo afrontar los diez años venideros. El sermón que Hu pronunció durante casi dos horas (la traducción al español ocupa 62 páginas) guarda ciertas similitudes con las películas de David Lynch: somnoliento, por momentos inquietante y susceptible de interpretarse de muchas maneras. Con todo, en lo esencial fue un discurso continuista, sin rastro de novedad y en total sintonía con sus diez años de mandato.

Quizá lo más llamativo fueron las referencias a la «corrupción», que Hu identificó como uno de los grandes problemas de China en el preámbulo y a la que dedicó varios minutos, cuando se puso a enumerar las prioridades que deberán atender sus sucesores. «Una solución indebida (de la corrupción) dañaría fatalmente al Partido e incluso podría arruinarlo, así como también al Estado», dijo, advirtiendo luego de que se castigará «sin clemencia a cualquier persona involucrada, sea cual sea su cargo, siempre que viole la disciplina del partido y las leyes del Estado».

Expresiones como éstas son habituales en el discurso oficial chino, pero es cierto que ayer resonaron con más fuerza de lo habitual en el gigantesco Salón del Pueblo, donde todos los delegados tenían bien presente la caída en desgracia de Bo Xilai, miembro del poderoso Politburó hasta que se vio envuelto en una novelesca trama de corrupción, envenenamiento y sexo. Tampoco hay que tomárselo al pie de la letra. El PCCh lleva desde su fundación, hace más de 90 años, utilizando la «lucha contra la corrupción» para purgar sus filas en luchas intestinas. Ya en 1927, dos décadas antes de llegar al poder, Mao Zedong anunciaba que «mandaría a la tumba» a los «burócratas corruptos», una excusa que utilizó a lo largo de su trayectoria para ejecutar uno a uno a sus enemigos.

En épocas más recientes, altos cargos como el ex primer ministro Zhu Rongji hicieron también bandera de la caza al corrupto. Las campañas redentoras no han evitado que la epidemia se propague, como admitió Hu ayer. Y, en todo caso, resulta cada vez más complicado tomarse en serio los ataques contra la corrupción que arrecian desde la cúpula del Partido a medida que van saliendo a la luz las fortunas amasadas en los últimos años por sus familiares.

Recientemente, dos trabajos de investigación de la Prensa estadounidense le han puesto números a los millonarios patrimonios acumulados por las familias del primer ministro, Wen Jiabao, y del vicepresidente y único candidato para convertirse la semana que viene en nuevo secretario general del Partido, Xi Jinping. Otros estudios, elaborados por economistas chinos, señalan que más de un 90% de los millonarios del país pertenece a una de las grandes familias políticas. Por lo demás, el título del discurso («Avanzar con toda firmeza por el camino del socialismo con características chinas y luchar por la consumación de la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada») daba una idea bastante nítida de la soporífera argumentación que lo sucedió, redactada como el manual de una lavadora. Al contrario que en las democracias occidentales, donde los políticos buscan ideas nuevas y golpes de efecto para llamar la atención y noquear a la oposición, en China los textos políticos se escriben con la finalidad de contentar a todos los miembros del partido y pasan decenas de filtros antes de recibir el visto bueno definitivo.

Leyendo entre líneas y consultando los posos del té, algunos observadores decían ver claves más profundas en el texto. Se hablaba, por ejemplo, de una supuesta crítica velada contra los «principitos rojos» (los hijos de los antiguos revolucionarios que copan hoy puestos de responsabilidad) en las insistentes llamadas a la meritocracia.

Las palabras de Hu Jintao son en cualquier caso el legado de un hombre que ha llevado hasta las últimas consecuencias una idea de su mentor: el «Pequeño Timonel», Deng Xiaping, impulsor de la China moderna y defensor de convertir al partido en un órgano colegiado en el que nadie destaque y todos los líderes mantengan un perfil lo más bajo y gris posible con el fin de evitar la aparición de «caudillos». Muchos creen que, por aburrido que resulte, es una postura responsable que blinda contra el populismo y mantiene el equilibrio necesario para afrontar una transformación cultural y económica sin precedentes en la historia. Habrá que esperar hasta la conclusión del XVIII Congreso (la semana próxima) para saber cómo será la próxima cúpula del PCCh y recopilar alguna pista más que permita entender cómo los nuevos líderes gobernarán China. Por ahora, la despedida de Hu, que en marzo del año que viene abandonará también la presidencia del Gobierno y, posteriormente, la jefatura del Ejército, pone punto y final a una década que muchos consideran «perdida» en el proceso de modernización, ya que apenas se ha avanzado en las aperturas políticas y sociales, mientras que se han frenado las económicas, incrementando incluso el poder de las empresas estatales mientras se intentaba (sin demasiado éxito) contener la brecha social. A favor del binomio Hu Jintao-Wen Jiabao, se puede decir que han logrado mantener el ritmo de crecimiento sin verse desbordados por el descontento de los se van quedando en la cuneta. La prudencia ha sido, seguramente, el mayor capital de su legado.

Jiang, el poder en la sombra
La sucesión en la cúpula del poder la decide un puñado de altos mandatarios que trabajan en la ciudadela amurallada de Zhongnanhai (al oeste de la Ciudad Prohibida) y en el que destacan los miembros del Politburó y algunas viejas glorias. La sesión inaugural del XVIII Congreso demostró la influencia que sigue ejerciendo el ex secretario general del partido y ex presidente Jiang Zemin (en la imagen). A sus 87 años, y aunque tuvieron que ayudarle a sentarse, entró en segundo lugar en el escenario, sólo por detrás de Hu Jintao. Algunas voces aseguran que es precisamente Jiang quien encabeza la facción que está consiguiendo imponerse entre bambalinas, en detrimento de quien en su día fue su sucesor, Hu. La presunta división entre ambos líderes fue uno de los legados de Deng Xiaping, quien eligió a ambos para dejar atada su sucesión al menos por dos generaciones. Las diferencias ideológicas son económicas. Jiang, representa a los «liberales» y habría chocado con el actual presidente por sus posturas más «socialistas», abogando por fortalecer las empresas estatales, y frenando la apertura económica.