Milán
Contador ya es leyenda
Sonó con letra el himno español en el podio de Milán. Antiguo, preconstitucional, el himno que compuso José María Pemán. Un himno falso. Por suerte, Alberto Contador, el que vestía la «maglia» rosa, sí era el verdadero. Y el trofeo con el que posaba, también.
El premio a algo más de tres semanas encima de la bicicleta, veintitrés días de esfuerzo y de refuerzo para la imagen del español. No pudo despedirse con el triunfo en la etapa, ganó Millar, pero Alberto ya había advertido de que no iba a arriesgar más de la cuenta en la última contrarreloj. «Quiero disfrutar», decía. Y lo hizo. Convencido de su triunfo, liberó las manos del manillar, se irguió para señalar la publicidad de Saxo Bank en el jersey –«gracias, equipo», quería decir– y disparó al entrar en meta. Era el campeón. Tenía Contador los ojos del mundo pegados en la nuca al comienzo de la carrera. Debía despejar las dudas sobre la provisionalidad de sus victorias todavía pendientes del TAS para convertirse en el campeón definitivo. Ya ganó el Giro de 2008 casi sin querer, recién llegado de la playa. Pero ahora, tres años después, no podía permitirse las dudas. Tenía que demostrar que era el mejor desde el primer momento. Desde la primera rampa. Y allí, en la cima del Etna, dio el primer golpe. Ganó la etapa, se vistió de rosa y puso en fila india a todos sus rivales.
Un día antes, camino de Tropea, ya había avisado. Saltó en los últimos kilómetros, más con la intención de marcar el territorio que de imponerse en la etapa, que acabó en la etapa de Oscar Gatto. Sus rivales tomaron nota. Mejor no molestar. Y al día siguiente sólo Rujano lo aguantó camino del volcán. Ésa fue la imagen de las primeras montañas de este Giro. Contador, en cabeza, y Rujano a su espalda. El venezolano, diminuto, recibió el premio por su colaboración unos días después, en la cima del Grossglockner. Alzó los brazos en la meta sin que Contador le disputara la victoria. Ésa ha sido otra de las virtudes de Alberto en este Giro, ha ganado etapas y ha ganado amigos. O, al menos, ha sabido conservarlos. La escena se repitió el pasado viernes con Paolo Tiralongo. El amigo, el gregario que fue y volverá a serlo marchaba por delante, hacia el triunfo hasta que Contador comenzó a triturar rivales con su molinillo. El primero, Purito, furioso por el ataque que le impidió arrebatar la victoria a Tiralongo. Paolo entró primero, la victoria era suya y la sonrisa de los dos. Y de los «tifosi», que cambiaron los pitos de los primeros días por los aplausos y la admiración.
Un campeón se mide también por la grandeza de sus rivales y por la admiración que despierta en ellos. Scarponi y Nibali se jugaban ayer el podio en las calles de Milán. Ganó Scarponi, que mantuvo su segundo puesto, pero los dos se rindieron al ganador, del que los separaban más de seis minutos. Unas diferencias exageradas en estos tiempos de ciclismo medido al milímetro. «Mi segundo puesto detrás de Contador vale mucho», dijo el corredor de Lampre. «Contador es el corredor más fuerte de siempre. Este Giro me ha servido para conocer mis límites y aprender de mis errores», confesó Nibali. Alberto ya tiene dos Giros, como Indurain. Y nadie discute su triunfo.
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