Sevilla

Se juega el Toisón por Andrés Merino Thomas

La Razón
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Medallas, placas, monumentos… Hace ya tiempo instituciones públicas, privadas o mediopensionistas comenzaron una animada carrera de relevos para homenajear a Cayetana Fitz-James Stuart. Era fácil distinguir cuáles lo hacían para autopromoción empresarial o en qué actos se buscaba reconocer de verdad la meritoria labor cultural y social que la Fundación Casa de Alba venía desarrollando desde su constitución en 1975. Un trabajo que ha supuesto la difusión de las extraordinarias colecciones artísticas y archivos documentales atesorados por el más célebre linaje nobiliario español. En realidad, nuestro país lleva mucho más tiempo reconociendo la labor, hoy cultural pero antes militar o diplomática, de los duques de Alba. Reyes Austrias y Borbones otorgaron el Toisón de Oro, la más prestigiosa orden dinástica, a nueve de los diecisiete duques que han precedido a Cayetana Fitz-James Stuart, desde el siglo XV, como titulares del ducado de Alba de Tormes. Hasta 2008, cuando saltó a los medios la noticia de su otoñal romance, no era extraño en círculos culturales oír hablar de una probable culminación de la sobresaliente contribución de Cayetana a la promoción del arte: que S.M. el Rey le concediera el Toisón de Oro, convirtiéndose en la cuarta mujer en recibirlo, tras Beatriz I de los Países Bajos, Margarita II de Dinamarca e Isabel II del Reino Unido. Habría sido la primera dama no perteneciente a la realeza que hubiera recibido la orden del vellocino, nacida en el Ducado de Borgoña. La boda en Sevilla ha venido a trastocarlo todo. Que la duquesa y su hoy tercer marido visitasen a Don Juan Carlos en la Zarzuela no responde más que a un protocolario encuentro en el que algunos han querido ver restos del permiso que históricamente los Grandes de España debían solicitar al monarca para contraer matrimonio. Coros políticamente correctos cantan las alabanzas del amor sin edad ni fronteras económicas, melodías siempre gratas a una opinión pública ávida de finales felices. En vez de un Toisón, el día después tiene más interrogantes que blasones. ¿Qué papel tendrá Alfonso Díez Carabantes en el Patronato de la Fundación Casa de Alba? Lean, lean sus estatutos. Lo que dicen y lo que no dicen. ¿Suponen los acuerdos prenupciales su entrada como vocal? ¿Sus aficiones como anticuario incluyen conocimientos para su administración? ¿Para tomar decisiones como préstamos de dureros, tizianos, rubens o goyas en exposiciones internacionales? ¿Pretenderá imitar a Jesús Aguirre?

La duquesa tiene su domicilio legal y fiscal en el palacio de Dueñas. En el futuro y a tenor de la legislación civil, ¿qué derechos conservará sobre éste su nuevo cónyuge si, como se ha anunciado, se fija allí la residencia común? El pasado mes de septiembre un miembro numerario de la Real Academia de la Historia, solemne como el salón del céntrico club social madrileño en el que se erguía para opinar, describía con gravedad el alcance del inesperado tercer matrimonio ducal: «Cayetana se ha jugado el Toisón». Probablemente sí. Lo seguro es que, en otras muchas cuestiones, esto no ha hecho más que empezar.

Andrés Merino Thomas
Historiador y periodista