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La Razón
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Christoph Martin Wieland fue un escritor enamorado de la Antigüedad Clásica, autor de una curiosa historia sobre los abderitanos (unos alemanes disfrazados de griegos). Al parecer, el origen de los abderitanos habría que buscarlo en uno de los Siete Sabios de Grecia. En la Abdera de Wieland quisieron ser tan listos que se pasaron de frenada y terminaron por convenirse en lo contrario: allí vivía el filósofo Demócrito, por ejemplo, y los ciudadanos le consideraban tan excelso que se tragaban, pese a que no se los creían, los bocatas de rueda de molino que éste les servía a diario. En el libro se cuenta el proceso iniciado en torno a «la sombra de un asno», promovido por el dentista Estrutión contra un acemilero llamado Antrax, que unos sicofantas, eruditos y rebosantes de conocimiento forense, elevan a cuestión de Estado. A lo largo de la historia los abderitanos perforan un pozo precioso y costosísimo, que sólo tiene el desperfecto de no poseer ni una gota de agua; o compran una estatua de Praxíteles, una auténtica belleza que se empeñan en resguardar bien, de modo que la colocan en un pedestal tan alto que nadie puede verla. Este fin de semana ha concluido una consulta «figurada» sobre la independencia de Cataluña. Ha ganado por abrumadora mayoría el «sí» a la independencia; pese a todo, sólo ha votado una pequeña parte del censo. Y eso que se daban grandes facilidades: se podía votar con el carnet caducado, se permitía votar a 251 mil extranjeros y a 25 mil menores de edad, etc. Evidentemente, el referéndum «simbólico» ha tenido una clara intención didáctica dado que se llamaba a inmigrantes y menores de edad a participar. El mensaje: «En el futuro, podréis hacer esto mismo». De otra parte, el propósito es propagandístico: llamar la atención sobre Cataluña, sus necesidades, y su importancia vital en el conjunto del Estado. El nacionalismo es la doctrina que exalta valores nacionales. En España, los nacionalismos que cuentan políticamente se refieren a naciones «in pectore», alojadas en el corazón de los nacionalistas, ya que no son estados-nación. Unos nacionalismos siempre necesarios en la cancha política, pero que corren un peligro: convertir en cuestión de Estado el «problema» de la sombra del asno. De este modo, sólo ganarán sus referendos secesionistas cuando pueda votar, y de verdad, toda España.