Constitución

En público lo que piensan en privado por Francisco Caja

Se convirtió en categoría lo que es normal en la calle

La Razón
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No era una cuestión de número. Miles de catalanes de forma espontánea se concentraban en la Plaza Cataluña para manifestar en público lo que piensan en privado la inmensa mayoría de los catalanes. Por fin nos reconocíamos aquellos que abominamos a la casta política que nos gobierna. Después de todo, de treinta años en los que la eficaz obra de un régimen que se había propuesto sistemáticamente liquidarla, la sociedad civil catalana daba muestras de su vitalidad y fortaleza. Esa sociedad no subvencionada, que no forma parte de la gigantesca trama clientelar urdida por el régimen nacionalista ha dicho alto y claro: basta. Que por mucho que el régimen vocifere desde los medios que subvenciona el mantra de que con la independencia ataremos los perros con longanizas, la inmensa mayoría de los ciudadanos catalanes no nos tragamos ese tosco embuste. Que una mentira repetida muchas veces no por eso se convierte en una verdad.
Era, lo repito, la sociedad civil catalana, la que se siente huérfana políticamente, la que ha sido abandonada por los dos grandes partidos políticos que han cedido a los nacionalistas aquello que no es suyo: los derechos y libertades que la Constitución les reconoce. Que ha permitido que el Gobierno catalán no cumplan las leyes, que no acate las sentencias de los tribunales con total impunidad. Que no pueden comprender ni admitir que sus hijos, a pesar de los reiterados pronunciamientos de los tribunales, no puedan recibir una enseñanza bilingüe, que no pueden comprender ni admitir que se adoctrine a sus hijos en la escuela. Y que el Gobierno de la nación, de su nación, España, no haya hecho nada por impedirlo.
Que saben distinguir con nitidez su Nación de su gobierno. Y que gritan públicamente su condición de ciudadanos españoles y su voluntad de continuar siéndolo a pesar de las insidias de sus gobernantes. Gente común, gente del pueblo que levanta, como una advertencia, un clamor unánime: que España es el nombre de la única garantía para mantener su dignidad de ciudadanos. Su dignidad de actores políticos, la única garantía de que esa dignidad no sucumba ante los que se han propuesto convertirlos en súbditos.
Por vez primera, la Plaza de Cataluña se llenaba de banderas españolas y catalanas con la naturalidad de quien sabe que el lazo político que los une como ciudadanos y los hace iguales ante la ley está más allá de la lengua, de su nacimiento, de su ideas o de cualesquiera condiciones personales o sociales. Que tratan de construir una sociedad no sobre el odio o sobre la idea de que el otro me roba. Que no están dispuestos a soportar que les cuenten más cuentos. Y lo que guardan en privado está dispuestos a decirlo en público.
¿Sabrán escucharlo los dos grandes partidos nacionales o el distanciamiento de la realidad de éstos es ya tan grande que su voz caerá en saco roto? Más allá de los sentimientos que albergan en sus corazones su voz se dirige a la razón, a la razón política. Y el mensaje es muy simple: que aquellos que han jurado cumplir la Constitución y hacerla cumplir cumplan su promesa. Que España, en todas y cada una de sus partes, siga siendo la España de todos, esto es, la España democrática que refrendamos con la Constitución española de 1978. Y que sabe que cualquier intento de destruir el orden constitucional, a pesar de toda la palabrería de los que ha manifestado su voluntad de hacerlo, es un atentado contra la democracia, cuando no un golpe de Estado.
 

Francisco Caja
Presidente de Convivencia Cívica Catalana