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De mal en peor

La Razón
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«Mal de muchos, consuelo de tontos», les espetó Elena Salgado, ministra de Economía, a los oyentes ministros. Debe costar lo suyo que un alemán entienda la castiza expresión de lo que un español entiende fácilmente. Las cosas europeas –de la eurozona– no marchan bien; es decir, van mal y pueden encaminarse a peor. Por ello, alguien tan poco carismático como el presidente del Consejo Europeo, de paso por Madrid y Lisboa, planteó una reunión urgente al máximo nivel al final de una semana que comenzó mal y que se auguraba peor aún que la anterior. Pero Alemania y otros socios no lo veían claro. El hecho de que Italia se haya sumado al carro de los desahuciados (de ahí las palabras de la ministra) no remedia una situación que escapa de ideologías y tendencias políticas, aunque dada nuestra constante situación preelectoral pueda aprovecharse en cualquier dirección. Este Rodríguez Zapatero final debe compararse con Obama, que si no logra a fines de semana o en los días inmediatos un acuerdo con el partido republicano, Estados Unidos se verá obligado a suspender pagos. No sería la primera vez que ocurre, pero el susto universal sería morrocotudo y de consecuencias imprevisibles. Los mercados, sean quienes sean, no ven clara la recuperación de Grecia, condenan la de Irlanda y rechazan la de Portugal. Toca ahora ir a por España, Italia y Bélgica (sin Gobierno y tan felices desde hace mucho más de un año. Tomen nota los «indignados»). De ser yo alemán –que no deseo– tendría mis buenas razones para desconfiar y pedir sacrificios a los demás. Por ejemplo, los habitantes de esos países mediterráneos que ya gozan de sol y buena cocina, podrían trabajar sin cobrar. Al fin y al cabo, los mejores momentos de la Grecia clásica se dieron en la época donde imperaba la esclavitud, eso sí, democrática. Si se renunciara, además, a cualquier gasto sanitario, disminuiría con mayor rapidez la población. Los mercados ansían sacrificios humanos, como los dioses aztecas en los tiempos del descubrimiento y conquista de América por aquella España evangelizadora. También en aquellos pueblos existía la esclavitud. No fue una originalidad helena ni europea. Van Rompuy quizá no sea ya un europeísta entusiasta a estas horas. Coincidiría así con el amplio espectro de una población que está formada por mentalidades, historias y actitudes diversas. Pese a Sarkozy, queda lejos el Imperio Carolingio, y la robusta y reunificada nación alemana es moderna, como la Italia garibaldina y hoy berlusconiana. Zapatero reclama un cambio de actitud de las grandes naciones europeas y mira a Alemania, que anda ya escarmentada con la señora Merkel. Convendría ser conscientes de que no conviene marear tanto la perdiz y acusar una y otra vez a Grecia en lugar de atajar el núcleo del problema. Todos los economistas y políticos mínimamente conscientes sabían que el euro podía ser un apaño, pero constituía una futura fuente de conflictos. Una moneda no crea más lazos que los económicos y éstos deben asentarse sobre principios y reglas comunes, tributos equivalentes, equiparación de niveles de vida, sueldos y prestaciones sociales. Llegar a construir Europa sin una cultura uniforme europea y sin esperanzas es como pedir a Gran Bretaña que renuncie al inglés como lengua común. La globalización ha puesto patas arriba la economía mundial. Con una patente estadounidense se construye un artefacto en China y se vende en Europa. ¿Quiénes ganan en esta operación? Por descontado, no los europeos. Los que poseen alguna patente pueden ser alemanes. Algunos de sus automóviles se fabrican y hasta se venden en España, desde donde exportamos; aunque salvo la mano de obra, todo sigue siendo alemán, incluso los beneficios. Nuestros bancos nunca se caracterizaron por apoyar otras iniciativas autóctonas que no fueran las del ladrillo. Nuestras grandes compañías se externalizaron dirigiendo sus inversiones a las máximas rentabilidades. Somos especialistas en construir hoteles, infraestructuras y trenes de alta velocidad. Y todo ello no produce mucha ocupación en el propio país. Disponemos, como otros europeos, de una rica cultura, museos y otras amenidades y pueden convertirnos en un Parque Jurásico, una Disneylandia para adultos, una sorpresa para orientales despistados, para millones de chinos que pretendemos atraer. Japón sigue con su crisis y no interesa. Disponemos de aceite (que venden los italianos, de vino, con el que competimos con países emergentes y con jamón exquisito). Aquella Europa idealizada no existe ni siquiera como mercado común y, al paso que vamos, echaremos por la borda el euro o saltarán algunos de los países que lo utilizan. Los bañados por el Mediterráneo quedarán excluidos de cualquier beneficio social. Deberíamos ir sorteando cualquier excesivo pesimismo a pesar de leer periódicos, escuchar radios o deleitarnos con noticiarios televisivos. Cuando las cosas van mal, pueden ir peor o mucho peor. Hágase un repaso optimista de la Historia.