Feria de Bilbao
Grande José Tomás la leyenda continúa
El presidente le robó la puerta grande en Valencia tras una faena apoteósica y Saldívar cortó una oreja de cada uno de sus toros para salir a hombros
Valencia. Séptima de la Feria de San Jaime. Se lidiaron toros de El Pilar, correctos de presentación, el 1º, noble y a menos; el 2º, molesto, aunque se emplea por abajo; el 3º, buen toro, de mucha nobleza; el 4º, descastado y de poco juego; el 5º, difícil, y el 6º, con dificultades. Lleno de «no hay billetes».
- Víctor Puerto, de azul y oro, bajonazo, aviso (saludos); estocada (silencio).
- José Tomás, de lila y oro, media caída, aviso (saludos); estocada (oreja y dos vueltas al ruedo).
- Arturo Saldívar, de malva y oro, pinchazo, estocada (oreja); estocada (oreja).
Quince meses quedaban atrás. Así, de pronto. En el mismo instante que pisó la plaza. Y tardó en salir. Primero Puerto, después Saldívar y, ya el último, José Tomás volvía en la plaza de Valencia. Atronó de verdad el público. Apenas vislumbrábamos al torero rodeado de cámaras, todos querían captar el instante. El momento, qué buen momento, ya era nuestro. José Tomás había vuelto. La ovación duró, se extendió tanto que el paseíllo completo tuvo música, la música de la pasión. Más vibrante todavía resultó cuando le obligaron a saludar. La comunión entre unos y otros era brutal. El mito estaba allí y sin haber dado un lance habitaba la emoción. Intriga, desvelo. De lila y oro y más flaco. Quince meses dejaba atrás. Y un millón de dudas sobre su vuelta. Al poco, qué poco había pasado, saltó a escena. Ahora sí. Su momento, el nuestro. Era el toro de Puerto, el primero, al que había toreado con temple con el capote. Por delantales nos sorprendió, aunque la resurrección sobrevino después. Era ya su antagonista, el segundo de la tarde, «Burreñito», y pasado el tercio de varas se fue para el medio. Ahí se definía todo. Se echó el capote a la espalda. Si uno cierra los ojos y piensa en José Tomás, ésa será una de sus señas. El quite por gaoneras resultó espectacular. Limpio el primer lance, ajustadísimo, y al tercero, sobrecogió. Tan cerca del toro, tan auténtico... La faena no contó con la rotundidad, pero todo estaba en su sitio un año y tres meses después. Tras el calvario volvía la esencia. El viento y el toro que no acabó de acompañar...
Todo nos quedaba por vivir, aunque la faena del quinto pronto nos atrapó por el camino de la amargura. Justo después de brindar al público. En el centro del ruedo esperó a su suerte, desventura, el toro «Dulcero» acudió cruzado, cruzadísimo, sin cambiar el rumbo. Ahí estaba Tomás, dispuesto a prologar por estatuarios y sin enmendarse, como siempre. No hubo tiempo, no hubo lugar, el de El Pilar buscó su cuerpo, lo alcanzó y lo lanzó por los aires con el nervio íntegro, la fiereza brusca del que después se quiso rajar. Quedó maltrecho Tomás en el suelo. Las peores imágenes volaban por la mente. Hubo de tomarse un tiempo, el agua sobre la nuca para despejar.
La plaza muda, acongojada, como tantas veces. Y volvió, con el cuerpo roto, regresó al centro del redondel, pese al viento, pese a la colada asesina que había tenido el de El Pilar. No se empleó el toro, una arrancada mentirosa para luego cabecear, por arriba y sin entrega. Por demás se dio José Tomás. Torerazo. La izquierda planchada para embarcar la embestida que no era. Ya todo formaba parte de un ritual, el suyo, su personalidad. Otros tiempos, otro mundo. Acojonante silencio entre tanda y tanda. Ahí estaba José Tomás, ajustándose con el toro, encajado al límite, daba igual.
Rajado el astado el duelo había estado servido. Viva todavía la magia en la arena. Y seguía, a más.
Cerradísimo en tablas el toro, le citó por manoletinas con el compás abierto de nuevo. No había terrenos, ni temor, en el ruedo estaba él, por encima de todas las cosas. Sonó un aviso, y se tiró a matar con el alma. El triunfo estaba amarrado por la verdad. La pureza de José Tomás no encontró fronteras. Se había inventado una faena magistral, rotunda, emocionante, verdadera. Todos lo vieron, y se pidió el doble trofeo. De vergüenza que el presidente le negara una puerta grande monumental. El público, enloquecido, le obligó a dar dos vueltas al ruedo y se armó la mundial.
Paseó Tomás en la vuelta al ruedo la bandera de México querido, anhelado, donde derramó su sangre hasta casi perderse. Arturo Saldívar dejó bien alto el pabellón. Venido de allá, de Aguascalientes, derrochó valor. No quería quedarse a la zaga de la leyenda. Sumó una merecida oreja del sexto, después de haber toreado bravo a un toro que se quedaba, que pesaba para dentro en el viaje. Replicó quites, tiempo, una declaración de intenciones del que quiere perdurar. Se ajustó, ligó y templó al tercero. El mejor de un encierro variado de El Pilar.
Víctor Puerto bordó la primera tanda por derechazos de rodillas. Llevó al toro, lo toreó. Le duraron poco las alegrías al astado y la faena se apagó. La del cuarto venía tristona, dilatada, otro percal.
José Tomás está de vuelta y al mito no le cabe más verdad.
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