Europa

Adolfo Suárez

Fiesta de la flagelación

La Razón
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A mayor gloria de José Bono, el Congreso ha celebrado por todo lo alto el 30 aniversario del 23-F. Y con tal ocasión hemos desempolvado los muertos de aquel triste episodio y hemos sacado a pasear por los medios de comunicación a los vivos que nos quedan –especialmente al locuaz Armada– dispuestos todos ellos a llevarse a la tumba los secretos que les valieron el indulto. Fiesta de resurrección donde el presidente del Congreso ha ajustado cuentas con los diputados y periodistas que lapidaron a Adolfo Suárez, en un rendido homenaje al ex presidente del Gobierno, a modo de epitafio.

Sin embargo nadie ha tenido en cuenta que Adolfo Suárez no habría celebrado, de ninguna manera, el 23-F. Él era de la opinión de que un luctuoso suceso como el que nos ocupa, con el pueblo español escondido en sus casas y la clase política tirada por los suelos, no es un hecho para ser celebrado ni para ponerle bocinas, sino para meterlo en el armario. Con el 23-F no hay que sacar pecho –pensaba Suárez–, no habría que conmemorarlo jamás, como no conmemoramos el atentado de Prim, la pérdida del 98 o los golpes del 23 o el 36. No hay dignidad nacional que homenajear, habría dicho Suárez, a pesar de que él sí fue la excepción, manteniéndose digno y en pie frente a los tricornios. El 23-F fue otra vez la confrontación entre las dos Españas, quienes querían revertir el orden constitucional frente a quienes apostaban por la libertad y la democracia. La España ensimismada, una vez más enredada en torno a su ombligo. Nada que celebrar.

Treinta años después, el 23-F ha resucitado de la mano de un José Bono dispuesto a darse una semana de autobombo, poniendo pompa y esplendor al osario del 23-F en este país tan dado a la necrofilia. En nuestro imaginario colectivo apuntamos episodios desventurados dispuestos a conmemorarlos en el calendario, como caballerosos quijotes, como si fuéramos la mismísima cofradía de la flagelación decidida a pasear al lacerante santo, extasiada, antes de acudir a la caseta del vermut. Por eso el festival de Bono no le ha extrañado a nadie, quizá si al Rey, quien se negó a pronunciar un discurso en el Congreso.

Resulta penoso que hayamos celebrado el 30 aniversario del 23-F con más fragor y fanfarria que cuando se cumplieron los mismos años de la Constitución que nos ha proporcionado el mayor periodo de estabilidad de la Historia de España. Con más algarabía que cuando se cumplió el 40 aniversario de la proclamación del Rey, y por supuesto con más bulla que cuando deberíamos haber recordado el 25 aniversario de nuestra entrada en Europa, lo que se acaba de producir con el arranque de este año.

Está visto que nuestros responsables políticos sacan la orquestina en función de la visibilidad que ellos quieren tener, no de lo que le interesa a la sociedad española en términos de concordia, cohesión, progreso, estabilidad y prestigio exterior.