Afganistán
Navidad trágica
Las Navidades 2010-2011 han resultado trágicas para las comunidades cristianas de algunos países musulmanes, un drama que ha culminado con el asesinato del gobernador paquistaní Taaser, valedor de Asia Bibi. Como ha explicado Carmen Gurruchaga en estas páginas, este crimen permite entender que la persecución contra los cristianos está relacionada con la zona, en particular con el papel de Pakistán en el conflicto de Afganistán. También está inscrito en un proyecto a largo plazo de desaparición de las comunidades cristianas. Los terroristas islamistas han aprendido de la experiencia iraquí que el terror indiscriminado contra la población civil acaba volviéndose contra ellos. Atacar a la minoría cristiana, casi indefensa y con influencia política limitada, resulta menos peligroso. Se siembra el terror igualmente, y se desestabilizan regímenes que quieren servir de contención al fanatismo. Se afirma la identidad propia y se apunta a uno de los objetivos que pretenden y en parte están consiguiendo: un islam purificado, libre de la perpetua ofensa que constituye la presencia de otras religiones… Los terroristas islamistas saben además que, aunque han sido derrotados en Irak, el desgaste en la opinión pública de los países de tradición liberal es gigantesco. Cuentan con una cierta anestesia moral, que siempre acaba atribuyendo la responsabilidad última de los crímenes al intervencionismo «occidental». Hay en todo esto un gesto de desafío, a ver si los occidentales se atreven a defender a quienes están tan profundamente relacionados con su tradición, los «nuestros», en una palabra. Es necesario apoyar a los gobiernos dispuestos a impedir esta brutalidad, exigir por medios políticos y económicos que se detenga la sangría, e informar sin tregua a la opinión pública de lo que está ocurriendo y de quiénes son los responsables, sin mitologías autoculpabilizadoras. También será imprescindible no caer en la trampa de la provocación e insistir en que el Islam, que también forma parte de nuestra cultura, no es ni ha sido siempre sinónimo de intolerancia. De ser así, el problema que hoy se vive con tanto dramatismo ni siquiera se plantearía.
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