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Las bolas negras por Carlos Alsina
Con pesadumbre fingida y haciendo caricatura de sí mismo, el reservón advirtió a los suyos que la hora ha llegado. «Esto es lo más difícil», dijo al sacar las primeras bolas del bombo, «pero alguna decisión hay que tomar». Al jefe se le reconoce porque sólo él está en disposición de tomar las decisiones principales, aquellas de las que el resto emana. El jefe, para recordar que lo es, echa mano de dos tácticas tan antiguas como eficaces. La primera es producir sorpresa, causar en el auditorio un murmullo de asombro al anunciar el nombramiento de alguien que no entraba en las quinielas: hoy un Posada, en su día, un Pizarro. Incluso un líder que presuma de previsible disfrutará desarmando cabalistas porque ello renueva su posición de mando. La segunda táctica es alternar el cargo-premio con el cargo-castigo. Las poltronas, como las carteras, sirven para recompensar lealtades y promocionar carreras políticas, pero también para frustrar ambiciones, revertir trayectorias y anular rivales. Los odios políticos más enconados provienen de aquellos que fueron nombrados para puestos que nunca desearon. Existe el cargo «plaza de garaje» o «cargo purgatorio». En marzo del 96, cuando los dirigentes del PP aguardaban a que el sequerón abriera su cuaderno azul, un aspirante a ministro de Justicia se lamentaba a diario: «El señorito me quiere hacer presidente del Congreso, ¿podéis creerlo?, ¡presidente del Congreso para no hacerme ministro!». Remataba, profético, sus exclamaciones con un «¡manda huevos!». Otro aspirante, a ministro de Sanidad, acabó de secretario de Estado de una materia que nunca antes le había interesado. Nunca perdonó. El dedo promotor de Rajoy ha practicado, hasta ahora, el cargo-premio con García Escudero y el sorpresa-sorpresa con Posada. Los no nombrados se sienten ya más ministros, pero ignoran si el reservón metió en el bombo algún cargo purgatorio. El jefe, porque lo es, dispone también de bolas negras.
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