Historia

Palencia

Historia de un culo

La Razón
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En el seminario de la Compañía de Jesús en Offenbach, sito en el barrio de Frankfurt Und Main, estudiaba Teología el seminarista de Palencia Gregorio Ruiz González, llamado por su familia y amigos «Goyo». Poco le faltaba para cantar Misa. Los sábados por la tarde, se reunían en su habitación algunos seminaristas españoles para dar buena cuenta de los paquetes que recibían de España. Mejor escrito, del contenido de esos paquetes, que allí sabían a gloria bendita. Chorizos, salchichones, dulces y demás delicias alejadas por la vocación. El futuro padre jesuita palentino era un hombrachón de más de ciento noventa centímetros, un roble norteño, y su simpatía y sentido del humor le habían convertido en el jefe natural del grupo de los españoles. Entre éstos había un vasco, también de gran personalidad, al que divertía establecer comparaciones físicas y genéticas entre los habitantes de su tierra y el resto de los españoles. Aquel seminarista de Offenbach se llamaba Javier Arzallus, conocido actualmente por Xavier Arzalluz, ya en el nada sereno atardecer de su vida.

Gregorio Ruiz González y Javier Arzallus eran grandes amigos. Y en aquellos tiempos, las esquinas nacionalistas del segundo se limitaban a la diversión de las diferencias. Ya sacerdote, el padre Arzallus fue capellán por unos meses de la Embajada de España en Bonn, cuyo embajador, uno de los hermanos Sebastián de Erice, le consideraba como uno más de la familia. El 18 de julio, el padre Arzallus rogaba en las preces por «España y nuestro Caudillo Franco».

Una tarde de sábado se celebró la gran prueba. El padre Gregorio y el padre Javier eran los contendientes. La primera de las pruebas era el RH. Y «Goyo» le demostró que tanto el suyo como el de sus padres y hermanos eran negativos, sin tener ni un solo apellido vasco. El de Arzallus era –y lo sigue siendo– positivo. Pero no había llegado la prueba de superioridad definitiva. El tamaño del culo. «Vosotros, los maquetos, tenéis el culo que parece una plaza de toros, Goyo. El nuestro, el culo de los vascos, es más pequeño, escurrido y elegante». El padre Ruiz González propuso una medición con testigos. Y el primero en ofrecer su trasero para proceder a la homologación de su tamaño fue Arzallus. Se alzó el sotanerío, se bajó los calzoncillos, y el padre Ruiz González le midió el culo con celo científico. Apuntando el resultado, Arzallus recompuso su sacro atavío indumentario y le recordó a Goyo que había llegado su turno. «Ahora te mido yo el culo. Vas a comprobar que lo tienes más grande que yo».

Arzallus tomó el metro entre sus manos. Se oyó el primer aviso del campanario del seminario de Offenbach. Atardecer anaranjado, tan poco habitual en Alemania. Arzallus había perdido la primera prueba, pero intuía que la segunda, la más importante, era suya. Entre el RH y el culo, el culo imperaba. El padre Ruiz González hizo ademán de alzarse la sotana, pero el vuelo hacia arriba de su tela apenas dejó ver los calcetines del jesuita castellano. Entonces se volvió hacia Arzallus, que ya tenía el metro preparado, y entre los aplausos del resto de los seminaristas españoles le soltó la máxima: «Un humilde maqueto castellano no se deja medir el culo por un vasco».

El padre Ruiz González falleció en Dueñas, provincia de Palencia, en el año 1968, todavía en plena juventud. Sus raíces se las disputaban Dueñas y Aguilar de Campoo, donde Castilla se abre a los verdes de la bóveda del norte. Arzallus, hoy Arzalluz, vive y disfruta de hijos y nietos. Pero no le midió el culo a su colega de la Alta Castilla. No se trata de un cuento de verano. Es un hecho verídico que retrata a sus protagonistas. La historia de un culo.