Londres

Oscar Wilde y su regalo del más allá por Francisco NIEVA

La Razón
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La de Wilde ha sido la sombra más amable con la que he tratado jamás. Yo lo leí, cuando todavía era un «adolescente repipi», para evadirme de aquel ambiente penitencial de la posguerra. Estaba sediento de exotismo, elegancia y refinamiento, en aquel mundo oscuro, del estraperlo y de las JONS. Al tiempo que Wilde satirizaba a su sociedad, la presentaba artísticamente deformada –digamos que idealizada– y convertida en una corte caballeresca, con chistera y con polisón. Los escarnecidos podían decirse: «Somos malos, pero, ¡qué guapos somos y qué bien educados estamos todos!». Wilde me hacía soñar e, incluso años más tarde, tuve un contacto paranormal con lo que pudiéramos llamar su «fantasma en persona». En un viaje a Londres, unos recientes amigos que había hecho en el ferry me invitaron a pasar la noche en su casa Conocían mucho a Franco Zeffirelli, el director italiano: «¿Y sabes por qué a Zeffirelli le gusta tanto venir por aquí? Pues…». Justo cuando iba a decírmelo, el otro amigo aportó una carpeta con dibujos escenográficos antiguos que nos entretuvo hasta muy tarde. El tiempo nos rindió. Yo estaba cansado. Dormía en un gran diván del salón y tuve una larga pesadilla en la que me despertaba un caballero con elegante bata de casa pero al que no se le veía la cara, «¿quién es, quién es?», me preguntaba, y se presentaba como legítimo dueño de aquel hogar. Me hacía los honores confidencialmente, inclinado sobre mí. Aquel mismo salón ahora se mostraba decorado con refinado gusto y sin aquellos muebles sencillos y prácticos que había visto con anterioridad. Me sentía raramente angustiado con aquella pegadiza, afable y obsequiosa sombra a mi lado cuando el amigo me despabiló ofreciéndome una taza de té y un trozo de «cake». Mientras me desayunaba, le pregunté: «Anoche ibas a decirme por qué a Zeffirelli le gusta tanto venir por aquí». «¡Ah, claro! Pues iba a contarte que ésta fue la casa de Oscar Wilde, en "Pipe Street", cuando se casó, y la decoró personalmente con tanta ilusión». «¡No me digas!» He aquí un bonito regalo del «más allá».