Mercado inmobiliario
El valor moral por Ángela Vallvey
Ya lo decían nuestras abuelas, pese a que no habían estudiado economía: lo poco es caro y lo mucho es barato, y por eso lo poco gusta y lo mucho cansa. Pienso en ésto mientras leo el periódico y llamo a un amigo economista. Él sí estudió economía. Lleva un año en el paro. Le pregunto: «Si durante el boom inmobiliario construimos muchas casas, ¿por qué las casas subían de precio sin parar?, ¿no era lógico suponer que, cuantas más casas hubiera, menos valor tendrían las casas?». Mi amigo ha tenido que vender su casa por menos de la mitad de lo que pagó por ella. Ahora vive con sus padres, que se han hecho cargo de él y de sus respectivas crisis nerviosas como han podido. Me responde que el valor de las cosas se compone de dos tipos de valor: un valor económico, puramente crematístico, monetario, y un valor moral que oscila más que el humor de una quinceañera. El valor moral, dice, está sometido a cosas tan cambiantes como la moda, a variaciones en el gusto estético de la sociedad, a caprichos e intereses de todo tipo. «¿Quiere eso decir que el valor moral de los bienes inmuebles se disparó durante la burbuja porque todos nos pusimos de acuerdo en que eran algo precioso, de valor incalculable?», pregunto. «No», responde, «en lo que todos estábamos de acuerdo era en hacer negocio con ellos. Muchos se forraron entonces. Otros, como yo, tenemos que pagar ahora, al contado, aquella riqueza que en realidad no existía y de la que esos afortunados capullos están disfrutando. Unos ganan porque otros pierden. Alicia diría, si de verdad existiera el País de las Maravillas: cuanto menos hay de lo mío, menos hay de lo tuyo. Y yo digo que un carajo».
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