España
Está muerta la tele
La cultura de masas nos proporcionó la televisión, nuestro carnet de identidad contemporáneo. Algunos sostienen que la tele es un instrumento imbatible de información y entretenimiento, pese a que alrededor podemos ver cada vez a más jóvenes que ya no la ven nunca: han emigrado a internet y en la www se aprovisionan de redes sociales, música, series y cine on-line. Una adolescente políglota, culta y repipi me dijo hace poco: «La televisión está muerta, a ver si te enteras»… Aunque, para ser un cadáver, el negocio televisivo continúa de lo más boyante.
Todos queremos opinar sobre la tele. Sociólogos, grupos de presión, moralistas, políticos, periodistas… Incluso el fiscal general del Estado estos últimos días. Según una encuesta del CIS del año pasado, siete de cada diez españoles consideran que la televisión tiene «poca o ninguna calidad». Mucha gente de alto nivel adquisitivo/educativo ha dejado de ver televisión. Otros ni siquiera sintonizaron en su momento la TDT –su baja resolución, por cierto, resulta penosa–, y utilizan el electrodoméstico como soporte para visionar cine, o tele «a la carta» descargada de internet.
¿Quién ve la tele en España? Las audiencias las mide una única empresa con un «universo» de 4.500 hogares (antes, unos 2.500) provistos de audímetro en sus receptores. Así señalan minuto a minuto el consumo televisivo de esas familias, que se suponen representativas del resto de la población, que «representan» incluso a aquellas personas que jamás ven televisión. Esos índices sirven para que los anunciantes trasladen su publicidad a los programas «más vistos», de modo que los domicilios con audímetro determinan qué programa sobrevive y cuál desaparece… por falta de anunciantes. Es un poder fabuloso si tenemos en cuenta que un punto de audiencia –de «share»– puede suponer según algunas estimaciones, para una cadena de las primeras del ranking, cientos de millones de euros en ingresos (a perder, o a ganar). Por no hablar del «monopolio de hecho sobre la formación de las mentes de una parte nada desdeñable de la población», como diría Pierre Bourdieu. Dicen que el método de medición es bastante fiable. Todo lo que pueden serlo estas cosas, al menos. Pero cabe imaginar, verbigracia, cómo nos sentiríamos los demás si las elecciones al Parlamento las decidieran 4.500 familias, si sólo ellas tuvieran derecho a voto, y con apagar o encender un botón –a veces conscientemente, otras por descuido…– hicieran danzar, estresado, al gobierno de turno y a los presupuestos generales.
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