Historia

Crítica de cine

Qué bueno es ser malo

La Razón
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La solución a la presente crisis mundial me parece el Apocalipsis y «la Juerga Final», ni más ni menos. No me he privado de exponerlo, con algo de regocijo infernal, en aquellas obras que he estrenado y trataban de la política del mundo y la lucha por el poder. Que todo se vaya al diablo o al cielo prometido y terminemos de una vez.
-¿Es usted un escritor comprometido?
-¿Es que no se nota? Es un compromiso inmaterial, conceptual y sin edad. Una opinión definitiva, que nada puede perturbar, nada sujeta a la temporalidad.

Y así es: Mis obras hacen un amasijo del tiempo, lo funden y confunden, suceden «entonces y siempre»; seguro de que todo es lo mismo, sólo con pintorescas variaciones temporales y circunstanciales. El ideal sería que terminemos por organizar una fiesta mayúscula, una orgía general, en la que todo estuviera permitido, lo bueno, lo malo y lo peor, para satisfacción y desahogo final de la humanidad penitente y esclavizada. Que aporten todos los bancos su capital, para que no falte de nada, y se fabrique una infinita alfombra roja, por la que todos podamos desfilar con el culo al aire –para satisfacer el exhibicionismo narcisista de cada uno– y todos nos conozcamos de una vez. ¡Se acabó la gran mentira que nos separa a unos de otros y que una verdadera locura nos lo permita todo! Con esto ¡se acabó!

No es la mía una actitud superior y orgullosa, es que simplemente estoy harto de esta inacabable comedia, aburridísima, repetitiva y plúmbea sobre la que nunca baja el telón. Ya nos conocemos el argumento, y nuestro fastidio proviene de que en él todo es previsible, sabemos cómo empieza y cómo termina, y que al final, es el cocinero chino el que tiene la culpa de todo.

La causa de este fastidiado rechazo no es otra sino que yo he nacido marginado, separado y extranjero de esta sociedad, rebelde y malo para esos bien-pensantes que piensan tan mal. Marcado por un descrédito oficial y firme, del que nunca me podré redimir: No soy un bueno ni un justo para la izquierda internacional. Y voy a poner un ejemplo gracioso.

Si yo fuera un intelectual progresista y al estilo convencional, sólo se me podría definir como de izquierdas, representante de cuanto significa evolución y progreso, título crediticio de que sería una buena persona, inteligente y muy de fiar.

En cualquier círculo de alto nivel artístico, filosófico y científico, si yo tuviese la gentil petulancia de decir que soy un «intelectual de izquierdas», me dejarían pasar. Si dijera lo mismo a un reportero, representante de la Prensa mundial, me respetaría como a su padre. En suma, bastaría que dijera aquello para recabar el respeto de «tuti quanti». Habré dicho una frase mágica:-«Sésamo, ábrete», que me pone del lado de los buenos, los justos y de los que siempre llevarán razón. La «Inteligentsia» internacional me atribuye sin apelación y para siempre esta superioridad.

Pero no. Yo soy supuestamente malo y turbio y nada de fiar: tanto para la izquierda internacional, como para la derecha más conservadora e inmovilista. Yo me siento herido por los dos extremos, y aún diría que asimismo por la moderación. Mi singularidad de nacimiento y el dolor y el desconcierto que me ha causado la realidad, lo desahogo en mis argumentos y fábulas, como una venganza ideal sobre todo aquello que me ha hecho daño, en lo heterogéneo, cruel y desalmado de dicha realidad. Es decir, que nunca me «he casado» con ella y, como se puede comprobar, me siento el enemigo público número uno de esa tan desalmada y defraudante realidad social.

Me he ganado el papel de «malo y de traidor» a muchos valores fundamentales, para ambos bandos de dicha realidad. Parece que me siento más cómodo, más satisfecho, más en mi centro, siendo malo que bueno. Por esto me sentí tan cerca de Jean Genet, del conde de Lautreamont, del marqués de Sade, de François Villon… No quiero ni puedo compararme a ellos, pero siempre tendrán todo mi favor. Siempre vengador y burlador satírico de los desmanes, demasías y crímenes, de lo que se tiene por bondad.