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España sin nariz

Si de joven me hubieran dicho que un día se prohibiría fumar y las corridas de toros, habría pensado en una disolución apocalíptica del país 

La Razón
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Si de joven me hubieran dicho que un día se prohibiría fumar y las corridas de toros, habría pensado en una disolución apocalíptica del país. ¿Qué temible tirano atentaría de ese modo contra el rostro identitario de una nación?

Como tantos mocitos españoles, yo había sido educado en la cultura del tabaco y los toros, de la Semana Santa, del crimen pasional –suavizado por pasional–, de la jota, de Isabel la Católica, de Conchita Piquer, de «Suspiros de España», de «El sitio de Zaragoza»… Sí, sí, pero también de Goya, de Galdós, de Picasso, de Albéniz, de Ortega, de Valle-Inclán, de Falla, de Lorca, de Buñuel… O te conformabas y aceptabas todo ese cargamento aborigen, o no tenías el menor derecho a considerarte español. ¿No estamos de acuerdo?

A pesar de ser aquel mocito ibérico, yo no fumaba por gusto sino para dármelas de tío cumplido y cabal; y las corridas de toros me sumían en una angustiosa agorafobia, mientras que, –con bárbaro entusiasmo y fumando puros habanos–, se torturaba a un animal. Las procesiones de Semana Santa también me apabullaban, me parecían una juerga lúgubre, un paradójico funeral orgiástico, en el que también se fumaba desaforadamente. Tampoco los desfiles militares, coreografía bélica, otro marchoso pasacalle de hombría, con derecho a fumar en su retirada. En suma, la España aglomerada y echando humo, siempre me resultaba desagradable e inquietante.

Pero estos eran mis gustos –o disgustos– personales. Mas, para sentirse español, era necesario asumir aquella totalidad. España era así, la España de bigote y clavel, de torres y campanas, legendaria y cruel. Y todos somos españoles por obligación.

Digamos, por fin, que nos parecía una «real hembra», llena de lunares y de sortijillas capilares por la cara, no muy guapa, pero atractiva y provocativa. Y había donde elegir. –«Me gustan más sus piernas que su trasero» –«Pues, a mí, ese moño tan negro y ese modo de andar». –«A mí, lo que me chifla de ella es lo nerviosa que se pone por todo».

La prohibición del tabaco y los toros es como si un chulo celoso le arrojase un buen chorro de ácido corrosivo que le desfigurase el perfil. España desfigurada por el tiempo y la civilización, un «lifting» que la tersa y la acartona, mostrando el rostro de una vieja que ha sufrido un estirón quirúrgico.

Por este camino, se va a terminar prohibiendo decir «¡olé, olé!», porque es una exclamación chabacana, rancia y arcaica, que no cotiza en la banca de lo global. –«No se te ocurra decir ¡olé! en toda tu vida, o dejarás una mancha de ordinariez en tu currículo de persona civilizada».

En fin, habrá que acostumbrarse a una España sin tabaco y sin toros. Con tantos cuadros famosos donde se fuma, se torea y se dice «¡olé, olé!». Una pinacoteca inmensa. Pues ¡y la novelística! Otra inmensa biblioteca de literatura taurina. Todo esto ha pasado a ser museal. Para los chicos del futuro, el rostro de España no tendrá nariz, como tantas viejas estatuas. Los maestros la mostrarán con proyecciones: – «Fíjense los señores alumnos, en cómo era aquella España, todavía sumida en la barbarie. La gente iba a los toros en calesa, fumando y "pidiendo guerra", al grito salvaje de ¡olé, olé! Era una sociedad demencial, viciosa y cruel. Miren ustedes los ambientes que exaltaban sus poetas y sus pintores, fanatizados de patriotismo localista. Esta fue la España torera y enferma del pulmón».

Esto parece de risa, pero es una angustiosa y una misteriosa verdad, que esta España es un abanico antiguo, para conservar en vitrina, o esa vieja estatua sin nariz. Para mí, la tabacosis y la tauromaquia, eran esa nariz. Le han roto el perfil. El antiguo perfil de España, en cuyo rostro se contabilizarán los muchos, los excesivos lunares y sortijillas innecesarios con que se ha querido adornar aquella mujerona marchosa y cimbreante, a la que acechaba la menopausia.
Perdonen ustedes este delirio, surgido de una angustiosa interrogación sobre la esfinge desnarigada que puede resultar España de estas fechas en adelante.