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San Petersburgo

Despedida

 
 larazon

Hoy, 31 de agosto, está permitido llorar. «Llorar es de pobres», dijo Edgar Neville. Se dan excepciones. Llorar cuando agosto termina y se vive en Madrid es de personas decentes y distinguidas. Llorar por volver a Madrid después de haber permanecido un mes en un apartamento de Benidorm sito en el piso vigésimo octavo de un rascacielos, no tiene perdón. Pero hacerlo tras unas largas vacaciones en los verdes de Ruiloba, Comillas, Valdáliga o Mazcuerras, no sólo no es signo de debilidad, sino una muestra de sensibilidad máxima. Al tratadista le encanta Madrid. Nació en Madrid y la Capital es una ciudad formidable. Lo agobiante es el otoño, y el invierno, y la primavera que hay que superar para volver al paraíso.

Una advertencia en general. No hagan caso de nada de lo que ha escrito el tratadista durante el mes de agosto que hoy exhala su último suspiro. Pueden ser arrinconados por una sociedad grosera que no entiende la profundidad de las buenas maneras.

Por otra parte, muchas de las recomendaciones aquí plasmadas son plenamente anticonstitucionales, y algunas de ellas, claramente delictivas. Quien las lleve a cabo y cumpla con el espíritu de estas buenas maneras puede terminar en la cárcel. Pero será un preso digno, un preso apreciado y un preso ejemplar. Sirva como muestra la sentencia de Aquiles Vaan der Brooken, un holandés listísimo.

«Si la elegancia es causa de prisión, la cárcel es un jardín. Si la elegancia es motivo de ejecución pública, la guillotina es un amable juguete que hay que agradecer a Papá Nöel». Aquí resbala Vaan der Brooken, porque Papá Nöel es un gamberro que no merece consideración alguna.

El coronel bolchevique Igor Tchapaiev se disponía a asesinar a un centenar de rusos poco amigos del estalinismo. Entre los inmediatos fiambres se hallaba el conde Dimitri Bolodia, el Brummel de San Petersburgo. «Te voy a fusilar, conde», le dijo Tchapaiev mientras mostraba una siniestra sonrisa de dientes ennegrecidos. «Si quieres matarme pronto, bésame», le dijo el conde. Y Tchapaiev entró en una profunda depresión.

Pero también el otoño ofrece ventajas. Las playas recuperan su arrogancia y los bosques se tintan de sienas y amarillos. Es cierto. Once meses nos esperan para alcanzar el próximo agosto. Pero también once meses nos separan del primer baño de Ana Obregón en biquini. Y en este mundo, todo es relativo y así hay que tomarlo y aceptarlo.

Para mí ha supuesto un gran esfuerzo intentar hacerles mejores. El maravilloso dibujante Barca, Javier, conde de Llobregat, ha iluminado con su talento estas páginas. Tener como ilustrador a un noble es algo que molesta sobremanera a los acomplejados. Pues tururú. Finalizar una obra magna con un «tururú» es otro detalle que nos aleja de la común ordinariez. Así que...¡Tururú!