Barcelona

Toros y norte

La Razón
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La lengua verde del norte de España es taurina. San Sebastián tuvo en la Semana Grande el éxito y el prestigio asegurado en su plaza de Chofre, que olía a puro habano, a río y a sal marina de la playa de Gros. Allí toreó Antonio Ordóñez, vestido de naranja y plata, el mejor toro de su vida. Una lástima que Eduardo Jardón se viera obligado a ceder ante el acoso inmobiliario. La nueva plaza está bien, pero la del Chofre tenía un aire especial y antiguo, y una afición sabia y variopinta, no en vano se reunían en la Semana Grande donostiarra los taurinos de San Sebastián, de Bilbao, de Madrid, de Sevilla, de Jerez y hasta de Barcelona. El albero era «grisero», casi negro, como en Bilbao, que suplió su plaza destruida por la actual, proyectada por Luis Gana, la más cómoda de España, respetada y querida por todos los toreros. Triunfar en Bilbao –como antaño en San Sebastián–, no está al alcance de todos.

Santander tiene una plaza centenaria y preciosa. Y una feria recuperada. Lleno asegurado durante toda la semana de Santiago. Para mí, que ha sustituido a San Sebastián en el aprecio de los toreros y los buenos aficionados. En el éxito tienen mucho que ver sus dos últimos alcaldes, Gonzalo Piñero e Iñigo de la Serna, que no han escatimado esfuerzos para situar a la capital de La Montaña en la cumbre de la torería. Y existe una gran afición en Asturias, y también en Galicia, algo más desdibujada, aunque cuente con plazas y ferias importantísimas, como la de Pontevedra, en cuya plaza se han reunido representantes políticos de altura para reafirmar la libertad que debe imperar en toda manifestación cultural y artística, nudo en el que se sustenta la fiesta y el arte del toreo. Han hecho muy bien en coincidir en una corrida pontevedresa el Presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijoo, el presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy y el ministro socialista de Fomento, José Blanco, los tres gallegos, para apoyar la tradición perseguida por los cínicos aldeanos del nacionalismo catalán, muchos de ellos socialistas charnegos, emigrantes acomplejados y defensores de los animales de muy ridículo criterio, por cuanto defienden al toro bravo que nace y vive para morir con bravura en la plaza, y se desentienden del sufrimiento de los toros embolados con fuego en los pitones que sirven para satisfacer burdas y crueles fiestecillas locales de Cataluña.

En Pontevedra fue –y si no es así, me someto a la ira de los documentados–, donde Juan Belmonte impartió su magistral lección de geografía trianera. Finalizado el festejo, y cuando celebraba el éxito en el mejor hotel de la localidad, el alcalde pontevedrés le animó a ponerse en marcha porque al día siguiente, Belmonte toreaba en Sevilla. –Maestro, no pierda tiempo porque Sevilla está muy lejos–; y Belmonte le respondió: –No, señor alcalde. Sevilla está donde tiene que estar. La que está lejos es Pontevedra–.

Mucha sabiduría, tradición, cultura, amor al arte y al toro, alegría y afición viven dentro de las ferias taurinas del norte. También Logroño, Vitoria y Pamplona. No se entiende la fiesta grande sin corridas de toros. Todo, o casi todo, se mueve en torno a ellas. Apenas se oyen, entre el clamor positivo, los mugidos mansos de los liberticidas, los cínicos y los acomplejados por su origen o su reducido horizonte. Santander ha vibrado con el francés Castella y un quite de Morante. Obras de arte en movimiento. San Sebastián está ahí y Bilbao cerrará las ferias del norte de España. Los toreros ofrecen su femoral y los toros su destino. En Cataluña, arden por los pitones y son masacrados en las calles. Más que animalistas, animales.