Primarias en el PSOE

Albert Rajoy

La Razón
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A juzgar por las furiosas reacciones de los publicistas de la izquierda, la intervención de Mariano Rajoy en TVE ha servido para demostrar que, cuando los voceadores socialistas clamaban por la necesidad de una derecha moderada, lo hacían en realidad con la secreta esperanza de que sus deseos no cuajasen. No deja de ser curioso, además de triste, que ese sector de la izquierda alimenticia deteste ahora aquello por lo que antes fingía suspirar, probablemente porque, como le ocurre a las malas cafeterías, cualquier mejoría del tiempo puede restarles la clientela que entró allí movida sólo por la necesidad de abrigarse. Alguien tendría que estudiar las razones por las que cierta izquierda española es incapaz de sentirse a gusto con sus ideas sin necesidad de establecer su dignidad o su decencia en función de la dignidad y la decencia de sus competidores, como si sólo pudiesen sentirse vivos en comparación con un cadáver. Resulta curioso que Rajoy no haya decepcionado a los panegiristas de la izquierda por representar las actitudes de la derecha de Aznar, que tanto odiaban, sino, sorprendentemente, por haber evolucionado hacia posturas más progresistas. Los más condescendientes con su aparición le reconocen que «estuvo más suelto», que, viniendo de los palmeros socialistas, no constituye una admiración política, sino un elogio tenístico. Estaban dispuestos a crucificarlo sin otro otra opción que permitirle el capricho de elegir la cruz. Como votante de la izquierda, me horroriza que alguien en mi proximidad ideológica pueda creer que al bueno de Albert Einstein su Teoría de la Relatividad solo tendría que servirle para alegar que era relativamente judío. Personalmente creo que Rajoy ha dado la talla de un hombre capaz y honesto, algo a menudo imperdonable en un país en el que el falso deseo de ponerse de acuerdo suele llevar aparejada la sincera esperanza de no conseguirlo.