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Familia o esclavitud

La Razón
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s posible abominar de la familia. No me refiero a rechazar la propia –a menudo no es como la soñamos– sino a combatir la idea misma. La cuestión radica en que una familia es un precedente de nuestra persona, un «antes», una tradición que se nos da. Pertenecer a ella es formar parte de un pueblo, heredar ciertos rasgos. La más agresiva mentalidad moderna odia esta tradición. Quiere crear y fabricar seres nuevos, ser sin pertenecer. Se trata de construir una cultura sin referencias, ni siquiera las físicas: por eso «Educación para la Ciudadanía» enseña que el sexo no es un dato fijo, otorgado por la naturaleza, sino un accidente anatómico al que luego se superpone la libre elección de «género». Se dificulta y difumina progresivamente el derecho de hombres y mujeres a constituir un lugar donde los hijos se eduquen con criterios diferentes a los estatales.

A este proyecto han obedecido durante esta legislatura todas las leyes aprobadas en relación a la familia: desde el matrimonio de personas del mismo sexo hasta el divorcio exprés, pasando por la manipulación de embriones, la reproducción asistida o la reforma educativa.

Lo malo es que carecer de origen no es sinónimo de libertad, sino de falta de identidad. La gente sin historia ni tradición es terreno abonado para los proyectos del poder. Donde no hay memoria hay un vacío interesante para quien pretende definir qué es el hombre y para qué sirve… o a quién sirve.

Por eso no se trata de elegir entre familia o libertad, sino entre familia o esclavitud.

Cristina LÓPEZ SCHLICHTING