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La crisis del bisturí

La Razón La Razón

«Desengáñate», me dice la dama que bebe su bellini de perfil. «Por mucho que hablen del paro, de las ruinas financieras, del hundimiento de la construcción, nadie comenta cosas que a veces también importan, como la crisis del bisturí».
Después se explica: en los últimos años de jolgorio económico, España llegó a convertir en un escenario récord de operaciones estética. ¿Quién no se pegaba un retoque? ¿Quién no un estiramiento, una liposucción, un alzamiento nacional de pechos, una paralización de arrugas? Pero ahora, ¡ay!, ni los anuncios de estética, con todas sus tentaciones, seducen como antes a las carnes y pellejos de la peña insatisfecha consigo misma. Que tiene que poner en la balanza si le vale la pena pagar un kilo para que le rebanen los tocinos o prefiere ahorrar para poder cortar en casa filetes que echar a la sartén.
¿Cuánto tiempo queda para que veamos por la calle a señoras y señores, antes muy estirados y finos, mientras se les desmoronan facciones y jetas, mendigando dispuestos a hacer cualquier fechoría por un chute de botox? ¿Nos restará sólo ver en las revistas las apariciones de Isabel Preysler, de Anita Obregón, de la vida loca de la baronesa Thyssen, eliminando de un plumazo a todas las «starlettes» neumáticas destinadas a pinchar, para recordar los tiempos de esplendor del bisturí?

Testimonio de una época
El apogeo de las grandes tetas operadas quedará como testimonio de una época de boyantía nutricia reflejada en escotes a reventar. Una exuberancia de las formas que de algún modo sugería una sociedad generosa, por más que artificial, que ahora puede dar paso a un gusto estético más acorde con la naturaleza y sus mamas flacas, sus grasas desbordadas, alopecias galopantes, dentaduras en deconstrucción y napias superlativas. Siempre habrá que mirarlo por el lado bueno. Si dejamos de operarnos, a lo mejor acabamos sabiendo mejor quiénes somos.