Benedicto XVI

Principios incompatibles

La Razón
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Es muy difícil entender la reacción tan violenta si realmente se tiene asumida la libertad de expresión y la democracia. Llenarse la boca de libertad y progresismo y, simultáneamente, denostar hasta la injuria a quienes discrepan son dos principios incompatibles. El Gobierno y el PSOE demostraron adolecer de sentido de la pluralidad frente a la concentración de más de un millón de personas en defensa de la familia convocada por la Iglesia. Lo grave es que se trata de una posición habitual (AVT, Educación para la Ciudadanía, negociación con ETA ...). Ambos –Zapatero y algunos ministros– no se conformaron con diverger de todos aquellos ciudadanos, sino que se acogieron a la agresión dialéctica en un intento de que sus tesis sean incuestionables. Quien disienta, debe ser estigmado y, utilizando palabras evangélicas, arrojado a las tinieblas exteriores, una actitud característica del fundamentalismo. ZP y sus colaboradores no quieren saber nada de la sociedad civil a no ser que se identifique con su ideario: la gestión pública determina el futuro sin consultar ni escuchar a los componentes de esa sociedad civil. Quienes dirigen los destinos de la nación tienen todo el derecho a marcar las pautas legales, pero no a invalidar a los disconformes. Hagan su trabajo, acepten la censura y ya se encargarán las urnas de dictar veredicto. No comprendo que Zapatero pretendiera irse de rositas tras haber dedicado buena parte de su mandato a una cruzada contra la Iglesia. Si tan defensor es de la libertad, ha de asumir la disonancia. No puede aspirar a poner dos velas al diablo y pretender que creamos que una se la ha dedicado a Dios. La Iglesia, por su parte, continúa exhibiendo su falta de comunicación con la sociedad. Como comentaba mi amigo Rogelio tras escuchar las prédicas de Benedicto XVI, Rouco y García Gasco, faltó ofrecer los argumentos para entender que, si la familia desaparece, como da la impresión de perseguir nuestro Gobierno, peligra la paz. Teniendo razón, parecen dirigirse tan sólo a los convencidos. Por incapacidad no es.