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México

Quién fue realmente B Traven

La Razón
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Quién era B. Traven? ¿El estudiante de teología Charles Trefny? ¿El periodista antisemita y radical Richard Marhut, más conocido como Ret Marut? ¿El brigadista internacional Ziegelbrenner, que combatió en la Guerra Civil española? ¿Quizá el hijo ilegítimo que el káiser Guillermo tuvo con la actriz alemana Helen Maret? ¿O el descendiente extramatrimonial del industrial Emil Rathenau? ¿Acaso fue Hal Croves, el agente literario que negoció con el director de cine John Huston los derechos del libro «El tesoro de Sierra Madre»? Uno puede leer de todo y cuando se bucea en internet, las teorías, como las conjuras, florecen por todos los rincones. Pero lo cierto es que se conoce muy poco del que, según los rumores, otro más, fue uno de los novelistas favoritos de Albert Einstein. Apenas se sabe nada de él. Solamente que vivió en México, escribía en una Underwood portátil y utilizaba un salacot. Sobre esas escasas pistas se ha erigido el anecdotario de todo un mito moderno. Ni siquiera los nombres arrojan una identidad precisa. ¿B. Traven? ¿Traven Torsvan? ¿Croves? ¿Max Feige? ¿Un inmigrante noruego? ¿Un marinero nortearmericano que arribó a las costas mexicanas? Lo único real es su obra literaria: una trayectoria literaria limpia, sin la mancha ni la sombra que arrojan las entromeditas biografías. Escondido entre librosEn su catálogo, que ahora reedita la editorial El Acantilado, hay novelas tan emblemáticas y sugerentes como esa pléyade de seudónimos que recubren su verdadera personalidad. Ahí está «El tesoro de Sierra Madre», pero habría que sumar otros títulos de atractivo nombre, como «El barco de la muerte», «El puente en la selva», «La rebelión de los colgados», «El general» o, su último libro, «Aslan Norval», que redactó en 1960, muchos años después de separarse del agotador oficio de la literatura. Otros novelistas han eludido la vida pública que otorgan los medios de comunicación. Esos quince minutos de fama enlatada que agiganta las peanas de barro. Algunos han rechazado la oferta. La última imagen del célebre J. D. Salinger refleja a un anciano airado que despeja su camino de fotógrafos curiosos con el escorzo amenazante que traza su brazo en alto. Thomas Pynchon ha preferido un retrato abstracto para la cubierta de sus libros: un recuadro blanco con una gran aspa negra. El fenómeno que, antes, resultaba comprensible (Coetzee y McCarthy son, todavía hoy, alérgicos a los «mass media»), hoy se ha convertido en recurso para el marketing editorial: Luther Blissett, más tarde Wu Ming, es un colectivo de autores sin apellidos (también se mantiene la posibilidad de que hay un grupo detrás de B. Traven) o, el más reciente, Antoni Casas Ros, conocido por «El Teorema de Almodóvar», que también ha derramado tinta y ha dado la oportunidad para debatir y conversar. Pero son fenómenos diferentes. El espejismo de B. Traven todavía reverbera en el horizonte. Se dice que lo único que declaraba, una y otra vez, es que sólo importa la obra, no el hombre que está detrás, una declaración de la que más de uno puede aprender. Y que usaba el heterónimo de Hal Croves para otras actividades. Su fecha de nacimiento es dudosa, no la de su muerte, el 26 de marzo de 1969 en México, país al que llegó en los primeros años de la década de los veinte. Contrajo matrimonio con Rosa Elena Luján, que fue su traductora (las obras, escritas en alemán, se tradujeron enseguida a más de cuarenta idiomas, lo que añade más confusión). Pero, ¿cuál es su origen? Nació en Alemania, o de familia alemana, y, aunque un hombre parece que siempre debe recordar su nombre, sus padres y el lugar de su nacimiento, él quiso que se le recordase sólo por sus libros y olvidar todo lo demás. Ahora, algunos investigadores que han indagado en su biografía apuntan hacia un nombre, pero... ¿realmente quieren saberlo?