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Renacimiento nuclear

Un país que no tenga industrias y centrales nucleares de nuevas generaciones de fisión entrará definitivamente en el limbo de los atrasados, y no estará en condiciones de asumir la futura energía a partir de la fusión del hidrógeno

Renacimiento nuclear
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En las últimas semanas, la cuestión de si la central nuclear de Santa María de Garoña debe mantenerse activa o cerrarse, ha suscitado una amplia controversia. Muy poco grata para el Gobierno, habida cuenta de la autodefinición del Sr. Zapatero como «el más antinuclear de todo el gabinete». Ahora con fuertes presiones de un lado y otro, incluyendo el pronunciamiento, tan encendido como irracional, de la «Fundación Ideas» del PSOE; que guarnece el Sr. Caldera desde la trinchera del fetichismo del miedo, con la intención de parar todos los reactores. En contra de esa visión tan alarmista de las cosas, el pasado lunes 8 tuve ocasión (y no fue la primera) de visitar una de las seis centrales atómicas que funcionan en España, pudiendo comprobar que las medidas de seguridad son absolutamente rigurosas. Haciendo posible que los visitantes accedan, debidamente guiados, hasta la coronación de la vasija del reactor y la piscina donde se custodia el combustible irradiado. El tema que nos ocupa, tiene una envergadura más que notable. Empezando por un consenso metodológico: hemos de definir nuestro equilibrio energético, el célebre «mix» para un balance eléctrico nacional razonable, en el que caben todas las fuentes primarias: fósiles (carbón, petróleo y gas), renovables (hidroelectricidad), alternativas (eólica, termosolar, fotovoltáica, maremotriz, geotérmica, y biomasa), y nuclear. Sin embargo, de todas ellas, las únicas que pueden asegurar una base permanente de funcionamiento son el combustible fósil y el uranio. Pero debiendo tenerse en cuenta que muchos de los centros generadores de la primera clase, expulsan volúmenes muy fuertes de gases de efecto invernadero. Algo incompatible ya con los compromisos que hemos adquirido conforme al Protocolo de Kioto, y que en el futuro habremos de asumir, a partir del 2012, con el de Copenhague. Con esas fuertes emisiones de CO2, y la falta de continuidad, los menores rendimientos y los elevados costes de las energías alternativas, parece claro, pues, y es lo que está sucediendo en otros países (cuyo paradigma es Francia), que la base del sistema energético, mientras no haya otras posibilidades mejores, pueda obligarnos -y sobre todo en un país con muy pocos recursos de hidrocarburos y carbón de cierta calidad- a tener una considerable componente nuclear en el mix. Lo cual se corrobora por el hecho de que las grandes potencias han iniciado una espectacular carrera de construcciones nucleares: EE.UU. con una lista pendiente de 132 centrales, China con una veintena ya en construcción, Rusia con una programación muy avanzada, la India, etc. En España, ante ese panorama, si no hay ajustes inmediatos en las prioridades oficiales, podríamos situarnos en una fase histórica, por desgracia no tan infrecuente entre nosotros, de «perder el tren del progreso y el futuro». Por los argumentos contrarios a la energía nuclear, que se escuchan de un gobierno con fuerte perfil populista, hasta el punto de estimar que todo el ecologismo, ha de ser antinuclear a ultranza. A los que así piensan -por convicción o por conveniencia-, les recomiendo que recurran a grandes sabios como Borlaug, el impulsor de la «revolución verde», o bien a Lovelock, el promotor de la «hipótesis de Gaia»; quienes para desesperación de los ecologistas más trasnochados, acabaron optando plenamente por la energía nuclear. Al resultarles indispensable no agravar aún más el problema de cambio climático del Planeta Azul. Y en esa misma onda, sintonizan dos de nuestros más reputados catedráticos de física atómica, como son Manuel Lozano Leyva (autor de un reciente libro titulado «Nucleares, ¿por qué no?»), y Juan José Gómez Cadenas, con «El ecologista nuclear». Un cuarteto, pues, de larga visión de futuro, cuyas opiniones no parecen haber calado en la ya citada Fundación Ideas, que sigue erre que erre en sus paleofijaciones anti. Desde luego, las centrales nucleares, como cualquier instalación industrial o de servicios, pueden tener problemas. Pero no mayores que las minas de carbón, donde todos los años mueren miles de obreros en el mundo. Y en cuanto a Chernóbil, máxima invocación anti, ha de recordarse el pequeño detalle de que no era una central termonuclear convencional, sino una fábrica de plutonio para armamento atómico. Las centrales nucleares tampoco tienen en los residuos un definitivo factor en contra: en España, se custodian en las ya mentadas piscinas, pendientes de que Enresa determine una ubicación segura y duradera. Siendo muy probable que con las técnicas de reciclado resulte posible aprovechar la mucha energía que queda en esos residuos (en torno al 95 por 100), eliminándose, además, por sistemas de transmutación, los de más prolongada radiación. Finalmente, un país que no tenga industrias y centrales nucleares de nuevas generaciones de fisión, entrará definitivamente en el limbo de los atrasados, y no estará en condiciones de asumir la futura energía a partir de la fusión del hidrógeno. Por consiguiente, tanto que se habla en este bendito país de I+D+i, estamos ante un caso en el que aún podría elegirse la sigla RIP. Si bien el tandem Zapatero-Caldera, aún cuenta con un compás de espera hasta bien entrado el mes de julio. Aprovéchenlo, por favor, en la dirección más sabia. * Catedrático de Estructura Económica