Vietnam

La odisea de un español en Vietnam: “Estuve dos días sin comer en la selva y temí por mi vida”

El ingeniero Diego López Ruiz narra a LA RAZÓN cómo tuvo que atravesar Laos para llegar a Tailandia e iniciar la vuelta a casa después de que Hanói requisara su pasaporte sin ningún motivo

Imagen de las redes sociales de Diego López
Imagen de las redes sociales de Diego Lópezlarazon

Diego López Ruiz, un ingeniero de caminos, canales y puertos natural de Palencia, está de vuelta en casa. Lo ha conseguido después de pasar más de cuatro meses retenido en Vietnam con su pasaporte requisado, sin ser acusado de ningún delito, tras acudir a ayudar a un amigo que estaba siendo investigado por el Gobierno vietnamita. Diego ha tenido que hacer frente a continuas adversidades, dignas de cualquier película o novela de aventuras para poder regresar a España. LA RAZÓN dio a conocer su historia el pasado 20 de febrero, y en esta ocasión tiene el privilegio de poder contar cómo ha sido su vuelta a casa.

El 27 de diciembre, además de retenerle el pasaporte, le impusieron una orden de prohibición de salida del país hasta el 27 de febrero, día en el que comienza su verdadera odisea, ya que ésta es prorrogada hasta el 27 de junio. Desde el primer momento Diego siempre mostró una actitud colaborativa, facilitando todo tipo de documentos a las autoridades vietnamitas, que en varias ocasiones le tomaron declaración, con falsas promesas de que de ese modo le devolverían su pasaporte.

“Dos inspectores de policía se presentaron en la puerta de mi hotel”, señala Diego. “El 19 de marzo me entregan una orden con fecha del 16, tres días antes, para que acuda por enésima vez a Hanói a responder las mismas preguntas que ya me habían hecho en anteriores ocasiones” cuenta Diego, quien afirma que el documento parecía haber sido manipulado para cambiar la fecha. “Me dicen que el Consulado estaba al tanto de esta comunicación, hecho del que no tenía constancia, y les digo que me envíen el documento oficial con la orden”, añade. El ingeniero ya declaró a LA RAZÓN el pasado 26 de febrero, cuáles eran sus intenciones en caso de regresar a Hanói a declarar.

Pasan los días y Diego no obtiene ninguna respuesta de manera oficial, ni avance alguno que atisbe en el horizonte un rayo de esperanza. Es entonces cuando la idea de salir del país por su cuenta comienza a coger forma en su cabeza después de empezar a barajarla como una opción tiempo atrás. “El lunes 23 de marzo salgo del hotel, cojo mis cosas, y me voy de Da Nang con una moto que me prestaron”, comienza a relatar nuestro ingeniero que, como consecuencias del coronavirus, se encontró con grandes dificultades para encontrar alojamiento y comida. A las cuatro de la mañana, después de una primera parada y para tratar de evitar controles, toma dirección oeste, para dirigirse a una zona donde poder cruzar. Pasa dos días escondido sin apenas comer ni dormir. Sale de nuevo de madrugada para pasar desapercibido entre la oscuridad y el silencio de la noche, y al llegar al río comienzan los primeros problemas.

“Cuando bajo hacia la orilla, veo cómo una barca arranca y encienden los focos, iban dos agentes armados, entonces rápidamente subo de nuevo y me escondo bajo un matorral. Vi cómo venían hacia donde yo estaba”. Diego por fortuna no fue descubierto por los agentes, y cuando ya se temía lo peor, decidió dibujar con la mano una cruz cristiana en la arena, mientras las hormigas le mordían por los brazos y el cuello. Confiesa que llegó a tener en su vida dudas de fe, pero, sin embargo, después de ver cómo tras dibujar esa cruz, los agentes se alejaban, esto cambió. “Yo he recuperado la fe, aquello no pudo ser casualidad”, señala convencido.

Durante tres horas permanece oculto, acurrucado y sin moverse para no hacer ruido. Al alba atraviesa el río y logra cruzar la frontera para llegar a Laos, donde debe adentrarse en la selva. “En este camino por la selva tuve algunos contratiempos: me hice un corte en el ojo que por fortuna pude curarme en dos días gracias a que llevaba una pomada antibiótica, estuve dos días sin comer, y gracias a la adrenalina pude tirar para delante”, relata entrecortándosele la voz aún al contarlo. Haciéndose pasar por un mochilero que se ha perdido, consigue comprar unas galletas y un refresco para reponerse, y llega a una estación de autobuses.

“A los pocos kilómetros de viaje nos paran en un control de la Policía de Laos y me piden la documentación. Entonces les digo que me dirijo a la capital, a Vientián, a la embajada porque la he perdido, y tras revisar los datos, nos dejan continuar” cuenta a LA RAZÓN. Finalmente consigue llegar a Savannakhet, la segunda ciudad más importante del país, y de ahí en autobús se marcha a Vientián, donde tenía la esperanza de que la Embajada de Alemania le pudiera ayudar. Allí, le remiten a la Embajada de Francia.

Mientras, tanto las autoridades vietnamitas como las españolas no tienen constancia de cuál era su paradero. Agobiado y después de ser advertido de que en la frontera con Tailandia están disparando a gente, alquila una moto y se dirige hacia el norte para meterse en el río Mekong al ocaso. “Al ser un río muy caudaloso me puse una botella en el culo, otra en la mochila y dos botellines en las pantorrillas para poder flotar y cruzar con menos problemas. Al llegar a Tailandia, cruzo por las redes de pescadores y espero a que amaneciese escondido debajo de un muro. La verdad es que pude respirar un poco más aliviado”, revela nuestro compatriota.

En Tailandia, y al contrario de lo que sucedió en Laos al cruzar la frontera, informa a su familia de dónde se encuentra. “No me metí ni en las redes sociales, ni escribí a nadie por temor a que me estuvieran rastreando”, añade. De esta, forma su familia le puede ayudar con cuestiones como encontrar alojamiento, mientras sigue inmerso en su papel de mochilero perdido. Logra llegar a Bangkok, después de pagar para que le llevaran hasta allí en coche. En la capital tailandesa se presenta en la Embajada de España, donde el cónsul le gestiona los tramites para obtener un salvoconducto.

Tras varios intentos de regreso, y después de haber sido detenido por los agentes de inmigración le retienen y le indican que no puede volar. “Le comento la situación al cónsul, y me dice que la solución es la deportación con un juicio rápido. Acepto, y al cuarto intento me meten en un furgón de presos y me trasladan al aeropuerto. Todo esto fue posible gracias al cónsul, que fue quien llevó todas las negociaciones y me trató de una forma excepcional. Por fortuna no llegué a estar en la cárcel, ya que el cónsul lo gestionó todo en el mismo día”, agradece.

El viernes pasado, el 1 de mayo, y gracias al salvoconducto, Diego cogió un vuelo en Bangkok directo a Madrid. Éste era un vuelo chárter para expatriados que venían de Sydney por el coronavirus, fletado por el Gobierno de España. “Hicieron escala en Tailandia porque tenían que recoger a una tripulación de Iberia, que me trataron de forma maravillosa”, explica emocionado con lágrimas en los ojos al contarlo de nuevo. Han pasado varios días desde que regresó y ya ha podido recuperarse junto a los suyos. Asegura enérgicamente a LA RAZÓN que escribirá sobre su historia y que cuando esté preparado pondrá toda la carne en el asador para poder averiguar todo lo que hay detrás de esta historia y llevar frente a la Justicia a los responsables.