Estados Unidos

“Me preocupa que la Policía decida que mis hijos son una amenaza por ser negros"

Los poderosos sindicatos policiales blindan frente a la responsabilidad penal a unos cuerpos de seguridad donde pervive el racismo

Un manifestante sostiene un monopatín en medio de las llamas durante una protesta en Los Ángeles
Un manifestante sostiene un monopatín en medio de las llamas durante una protesta en Los ÁngelesRingo H.W. ChiuAP

Amanece EE UU sumido en otro ciclo de violencia. De Venice, donde un agente fue herido de bala, a Mineápolis, donde fueron detenidas 200 personas, y de ahí a Brooklyn, donde arrestaron a Chiara de Blasio, hija del alcalde, el país trata de lidiar con casi una semana de de protestas callejeras contra la violencia policial.

Gia Sharp, diseñadora y decoradora de interiores, madre afroamericana de dos adolescentes y residente en Brooklyn, comenta que «intentamos vivir nuestras vidas con autenticidad y alegría, y, afortunadamente, vivimos en una burbuja de un vecindario integrado y progresista. Sin embargo, mis hijos son adolescentes ahora, por lo que me preocupa que la misma Policía a la que pago con impuestos para protegerlos frente al peligro pueda decidir que ellos son una amenaza a consecuencia del color de su piel».

«Con los últimos asesinatos, mi esposo y yo tuvimos que discutir seriamente con nuestros muchachos sobre la fuerza policial en este país, desde sus inicios racistas con la esclavitud hasta los abusos que vemos hoy. Tener que explicarles a mis hijos que la Policía puede tratarlos de manera diferente que a sus amigos blancos y cómo comportarse para sobrevivir a un encuentro policial me enfurece».

No hace ni un lustro de los disturbios en Ferguson (Misuri). En aquella ocasión el Departamento de Estado concluyó que la Policía de Ferguson había violado de forma sistemática los derechos constitucionales de sus ciudadanos negros. Aquel informe, auspiciado por el entonces fiscal general, Eric H. Holder, fue redactado tras la muerte a manos de la Policía de Michael Brown, un joven afroamericano, lo que desató los disturbios raciales más violentos en veinte años.

Entre otras cosas afirmaba que la población afroamericana, que sumaba el 60% de la población de aquel barrio, sufría el 93% de los arrestos y el 90% de las multas.

Preguntado por el racismo, Barry Cox, empleado de uno de los principales periódicos norteamericanos, blanco, nacido en el sur, y que vive a diez minutos en metro del epicentro de los disturbios en Atlantic Avenue, comenta que «hay racismo, por supuesto, pero en mi opinión la violencia policial se ve perpetuada por la falta de responsabilidad y transparencia en los contratos de los sindicatos de policía, que históricamente han protegido incluso a los peores policías».

Además, opina, «debido a nuestras leyes sobre armas, tan laxas, cada oficial de Policía debe confrontar a cada ciudadano como a alguien potencialmente capaz de responder con fuerza letal». «El estrés que esto supone, combinado con el racismo inherente, provoca unos encuentros encuentros extremos con los afroamericanos, incluidos delincuentes no violentos», asegura Cox.

Trump como pirómano

En 2015, Barack Obama comentó que era fundamental fomentar la «confianza entre las fuerzas policiales y las comunidades». «Este no es un problema de Ferguson», dijo, «es un problema americano, y tenemos que asegurarnos de que estamos en el camino del cambio». En 2020, su sucesor, Donald Trump, encerrado en el búnker de la Casa Blanca, acusa a los gobernadores de ser unos blandos. Según la cadena NBC, Trump les ha dicho que «deben arrestar a las personas, rastrearlas, meterlas en la cárcel durante diez años, y no volverán a ver estas cosas».

Para Sharp, la situación es «difícil de arreglar porque la Policía ha sido diseñada para estar por encima de la Ley. Desde los poderosos sindicatos policiales, que hacen ‘lobby’ por una mayor militarización y menos obligaciones a rendir cuentas, y hasta la miríada de leyes aprobadas para proteger a la policía del control, saben que pueden moverse por nuestra sociedad con impunidad». «Hasta que no haya cambios legislativos para lograr que sean los servidores públicos que deberían de ser, continuarán las extralimitaciones contra las comunidades de color», lamenta.

Del presidente y de sus declaraciones, Sharp explica que «Trump echa gasolina al fuego intencionalmente, porque el caos es una gran distracción. Es un racista furioso. Su objetivo es acabar con la democracia para garantizar el futuro de la supremacía blanca en este país». «Creo que quiere una guerra civil, lo cual es aterrador», alerta.

Barry Cox añade que «Trump está siguiendo al pie de la letra la llamada «estrategia del sur» de Richard Nixon, y los disturbios, como los de 1968, podrían ser suficientes para atraer a su favor a suficientes blancos, que normalmente estarían a favor de las reformas sociales, y que ahora votarían por su reelección».