Estados Unidos
Biden en el discurso de su vida
El exvicepresidente de EE UU acepta la candidatura demócrata a la Casa Blanca y critica duramente la gestión de la pandemia del Covid de Trump
Brayden Harrington es un niño con disfemia. Pero la tartamudez no le impidió salir en el prime time y contar por qué Joe Biden es un héroe.
El candidato a la presidencia también se enreda a veces. También fue un niño con problemas al hablar y todavía hoy, tantos años más tarde, tiene sus noches de embarullarse con las palabras, repetir sílabas o quedarse helado delante de una frase. Harrington y Biden se conocieron recientemente y Biden lo invitó para hablar en la convención.
Los dos minutos del niño condensaron todo el sentimiento y el sabor que los asesores de imagen y los guionistas y los jefes de prensa acostumbran a soñar y rara vez logran. Después del crío estuvieron los Curry, la estrella de la NBA, Stephen, su esposa, Ayesah, y sus niñas. También hablaron las nietas de Biden. Fue televisión cocinada al estilo California. Eléctrica y radiante. Dopamina en vena después del sopor vivido en otros momentos. Condimentada con el color y el ritmo que había faltado. Sí, el guión permanecía atorado en el factor humano, y a punto estuvo de estropearlo Michael Bloomberg, al que sus ex empleados durante las primarias lo acusan de haberlos despedido sin miramientos.
El ex alcalde de Nueva York estuvo convincente cuando explicó los desastres de Trump como empresario, aunque muchos malician que su protagonismo sólo puede explicarse por la ingente cantidad de millones que lleva gastados en esta campaña.
A Hunter Biden, los productores le concedieron varios minutos prominentes. A pesar de las turbulencias asociadas a sus negocios. Pete Buttigieg, Bernie Sanders, Amy Klobuchar, Beto O’Rourke, Elizabeth Warren, Andrew Yang y Cory Booker protagonizaron un vídeo a siete voces que fue un prodigio tecnológico. Hace cuatro años nadie habría imaginado que Sanders y Warren dieran la cara de esa forma por el sector más tradicional del partido. Sólo que 2020 no tiene nada que ver con 2016. La urgencia es otra.
Cuando llegó la hora, su hora, la hora más decisiva en una carrera política de medio siglo, Joe Biden arrancó hablando de las luces y las tinieblas. De unidad, compasión, orgullo, empatía, comunidad. Orgullosamente demócrata, dijo. Con la aspiración de amalgamar todas las sensibilidades. «Soy el candidato demócrata», dijo, «pero seré un presidente estadounidense». Sobresalía la necesidad de convencer a los indecisos. La promesa de gobernar con luces largas. El afán por recoger y sumar a los votantes que siguen sin decidirse y a los republicanos decepcionados o incómodos por el estilo del actual presidente.
En su primera campaña Trump describió un país roto. Una nación devorada por la corrupción, los intereses de las élites y el crimen. Estafada por unos líderes que habían permitido que los enemigos de América arrasen con la vajilla. El contraataque no podía consistir en una dosis renovada de apocalipsis. El discurso de Biden parecía sacado de Las uvas de la ira. Resonaba con las campanas del New Deal y la poética de John Steinbeck. Astead Herndon, comentando en directo para el New York Times, dijo que usaba «la retórica de F.D.R. pero sin evidenciar su compromiso con cambios estructurales, por decirlo con las palabras de algunos de sus principales oponentes». Es bastante posible.
Al igual que hizo la noche previa Obama, repitió la idea de que no hay vuelta atrás. Llegó el momento. La hora de la verdad. Frente a quienes sostienen que será un líder senil, o un títere en manos del extremismo, o las dos cosas al mismo tiempo, Biden disparó el mejor discurso de la convención y, casi con seguridad, el mejor de su carrera. Una arenga. Una ardiente soflama que miraba más a Lincoln y Gettysburg que al rival que aguarda en Washington. Al que por cierto no mencionó. «Dejemos que la historia diga que el final de este capítulo oscuro en EE.UU. comenzó aquí esta noche, cuando el amor, la esperanza y la luz se unieron en la batalla por el alma de la nación». Biden nunca fue el más brillante, el más audaz ni el más carismático de los políticos. Esta noche demostró que sabe investirse con épica rooseveltiana y afable gravedad digna de Eisenhower. Y no, los activistas del BLM y los seguidores de Alexandria Ocasio-Cortez no mueran por un presidente que tendría más de Ike que de estrella woke. Da igual.
La confianza en las instituciones, la justicia y la prensa que enarbola Biden se antojan ahora mismo bastante más revolucionarios que las prédicas radicales. Más que a las urnas el candidato ha llamado a los estadounidenses a defender la ciudadela. No a unas presidenciales sino a combatir contra Sauron en la batalla de Minas Tirith.
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