África

Estado fallido

La trampa mortal de David y Roberto en Burkina Faso

Los periodistas españoles fueron descubiertos por los yihadistas cuando desplegaron un dron. Los 40 soldados burkineses no pudieron protegerlos

Rebeldes del grupo independentista tuareg Movimiento Nacional de Liberación de Azawad cerca de Kidal, en 2011.
Rebeldes del grupo independentista tuareg Movimiento Nacional de Liberación de Azawad cerca de Kidal, en 2011.STREFE

Burkina Faso invitaba a la esperanza: tras 20 años de dictadura había iniciado una transición hacia un régimen civil, con la elección de un primer presidente democrático fruto de una movilización social. Pero la inseguridad lo ha frustrado”, lamenta a LA RAZÓN la investigadora especializada en movimientos armados y seguridad en el Sahel Beatriz Mesa. El país africano, donde este martes fueron asesinados en una emboscada los periodistas españoles David Beriáin y Roberto Fraile mientras trabajaban en un documental sobre la caza furtiva en la reserva de Pama, sucumbe al dramático destino del Sahel: Estado incapaz, fronteras porosas, expansión del terror y yihadismo, desgarro interétnico, tragedia humanitaria.

La autoría del ataque sigue sin estar clara. Una unidad de combatientes del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (GNIM), federación de organizaciones leales a la organización terrorista Al Qaeda, revindicó este miércoles la autoría del ataque. El convoy en el que viajaban Beriáin y Fraile –además del cooperante irlandés Rory Young, también asesinado- estaba formado por unos cuarenta militares burkineses y un número que no ha trascendido de guardias forestales. Fue superado en número de efectivos por los asaltantes. Los soldados del Ejército burkinés fueron incapaces de proteger a los periodistas, a los que ejecutaron en el mismo asalto tras ser descubiertos desplegando un dron para grabar.

“La capacidad de fuego y los medios utilizados en el ataque llevan a concluir, en una primera evaluación, que formaban parte de uno de los grupos yihadistas que actúan en la región”, aseguraban este viernes desde el Ministerio de Defensa español, descartando así que se tratara de “traficantes y cazadores furtivos”. Por su parte, las autoridades burkinesas se han limitado hasta ahora a hablar de “terroristas” sin ofrecer detalle alguno sobre su identidad.

El modus operandi, la ejecución de los tres ciudadanos occidentales en el mismo momento de la emboscada, remite, con todo, a los ataques del Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS) contra una patrulla del Ejército maliense el pasado 15 de marzo en el sur del país, cerca de las fronteras de Burkina y Níger, con 33 soldados muertos, y la ejecución de seis cooperantes franceses junto a otros dos civiles cerca de Niamey, la capital de Níger, el 9 de agosto de 2020.

Para Mesa, profesora de la Universidad Gaston Berger de San Luis (Senegal), llama a la prudencia sobre la firma del crimen. “No está nada clara la autoría yihadista del asesinato de los españoles, porque la zona [sureste de Burkina] no está considerada hasta ahora como base de grupos yihadistas, pero sí de organizaciones vinculadas a la economía criminal. Allí se mezclan furtivos, bandidos y contrabandistas”. La también profesora de la Universidad Internacional de Rabat esgrime ataques como el perpetrado por un grupo de furtivos a comienzos de 2019 en el parque W -espacio natural transfronterizo en suelo de Níger, Burkina y Benín- contra un grupo de guardabosques sin que se estableciera entonces vínculo con los yihadistas.

“La patrulla donde viajaban los españoles estaba organizada para ayudarles en su trabajo. Pero no era una redada contra los furtivos bien preparada. Eran un blanco clarísimo”, prosigue Mesa. “Creo que [el ataque] fue algo improvisado. Si las katibas vinculadas al Estado Islámico o a Al Qaeda lo hubieran preparado, lo habrían hecho de otra forma, por ejemplo con secuestro y negociación”, zanja la docente española.

Pese a que los nombres de las dos entidades terroristas más conocidas del mundo, Al Qaeda y el Estado Islámico, dominan los titulares, lo cierto es que la naturaleza y actividad de sus organizaciones afiliadas y las pequeñas unidades que las integran no puede adscribirse exclusivamente al componente yihadista. Bajo sendas siglas operan una amalgama de entidades dedicadas al crimen organizado, la caza furtiva y el bandidaje. Hay vasos comunicantes entre las unidades afiliadas a las dos principales marcas terroristas y entre estas y el resto de estructuras armadas y criminales que operan en Burkina y el Sahel.

El GSIM, que nació en 2017 en plena guerra de Mali, es el resultado de la asociación de Ansar Dine, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y dos katibas o unidades combatientes salafistas. Con centro de mando en Mali y liderada por Iyad Ag Ghali, la organización disputa su hegemonía con las fuerzas afiliadas al EIGS, la franquicia regional de Daesh. Gracias a una mejor organización y mayor predicamento social, la franquicia de la organización fundada por Osama Bin Laden –este domingo se cumple el décimo aniversario de su ejecución- parece estar inclinando la balanza a su favor en los últimos meses.

Desde la llegada en 2015 de Roch Marc Christian Kaboré tras el golpe de Estado frustrado contra el Gobierno interino, Burkina Faso ha sido golpeada repetidamente por la violencia yihadista, sobre todo el norte saheliano. “Es muy difícil que las autoridades de Burkina Faso tengan capacidad para hacer frente a los grupos criminales y terroristas”, advierte Mesa.

Más de 1.200 personas han perdido la vida durante este tiempo consecuencia de la violencia. La respuesta del Ejército, acusado de perpetrar matanzas indiscriminadas contra la población afín a estos grupos, alimenta el ciclo de la violencia y fomenta el odio intercomunitario y el resentimiento contra el Estado. La cifra del millón de desplazados se alcanzó en agosto del 2020. El hambre es la primera consecuencia del drama humanitario.

No en vano, este mismo lunes, horas después del asalto al convoy de los periodistas españoles, un grupo de personas armadas -según las autoridades locales, vinculadas al EIGS- acabó con la vida de dos decenas de personas en la provincia de Seno, al norte del país, provocando un “desplazamiento masivo” de población.

Refugio forestal

La espesura de las masas forestales Burkina Faso, donde se produjo la muerte de Beriáin y Fraile, se ha convertido en aliada de estos comandos yihadistas. Los agentes forestales son blanco prioritario de los terroristas. Los bosques les proporcionan refugio y la posibilidad de hacerse con armas y otro material logístico con que traficar para poder financiarse.

“Cada vez la estrategia es la misma: atacar a los agentes forestales para obligarlos a desertar de la zona y refugiarse en las villas vecinas; después pasar a los otros cuerpos uniformados (gendarmes y militares), liberando los ejes viarios con minas artesanales”, explica el periodista francés especializado en temas sahelianos Rémy Carayol en la revista Orient XXI. El abuso de poder y las prácticas corruptas de los guardabosques explican la complicidad de una parte de la sociedad local hacia estos grupos armados. Los yihadistas garantizan a una población en condiciones precarias la posibilidad de desarrollar variadas actividades económicas en el interior de las reservas naturales.

Los analistas coinciden en que es necesaria una respuesta global, y no solo militar, para evitar un deterioro aún mayor de la situación en Burkina Faso. El problema de la violencia, dependiente parcialmente de la situación en Mali, es el corolario de la desesperación y de la desconfianza entre la población y el Estado. “El islam se convierte en un referente de contestación de una sociedad frustrada”, advierten desde International Crisis Group.