Plan de evacuación
El lugar donde nació Daryuosh Mohammadi hace 29 años lleva cuatro meses bajo la bota talibán. A 100 kilómetros al norte de Kabul, la localidad de Ghorband ya ha sufrido la venganza que comienza a perpetrarse en la capital afgana. Este intérprete del Ejército español entre 2009 y 2014 se encuentra a salvo en nuestro país, pero lleva una semana sin pegar ojo pensando en lo que podría pasarle a su hermana pequeña, de 17 años. Al cierre de esta edición, recibe la llamada que lleva esperando tantos días: si logran acceder al aeropuerto, sus padres y hermanos tienen un sitio en el avión de evacuación del Ejército español.
Desde su casa en el barrio de Vallecas, donde vive junto a su mujer Sunita, contesta a las preguntas de este periódico en perfecto español. Acaba de llegar de la base de Torrejón, donde lleva dos días ayudando en el recibimiento de sus compatriotas. En un par de horas volverá a marcharse para allá. Daryuosh, al que todos conocen como Darío, explica que los evacuados llegan exhaustos, «sobre todo las mujeres y los niños, después de haber pasado más de 48 horas en la calle para acceder al aeropuerto de Kabul sin comer ni beber».
Los relatos que traen grabados «son como de película de terror, en los alrededores del aeródromo hay tiros constantemente, de los americanos, de los talibanes, de los que quedan de la Unidad 01 afgana...». Dice que sienten emociones encontradas. Que lloran de emoción cuando bajan del avión «porque no acaban de creerse que lo hayan logrado, que están a salvo». También tristeza por lo vivido, por tantos a los que dejan atrás. La buena noticia es que «ninguno ha llegado con heridas, todos están bien».
Recuerda el caso de una joven que llegó sola tras permanecer dos semanas en los alrededores de Kabul con una mochila como único equipaje y que, al poner un pie en Madrid, se desmayó. También le conmueve el caso de Hamid, uno de los traductores más veteranos del Ejército y que ha enviado a su mujer y cuatro hijos por delante. Él se queda en Kabul para asistir a los militares españoles hasta que se dé por concluida la misión de evacuación.
Uno de los tíos de Daryuosh Mohammadi, médico de profesión, no ha tenido tanta suerte. Fue detenido por los talibanes cuando trataba de llegar a Kabul para escapar. Según este joven intérprete que ahora se gana la vida como camarero, «la represalia de los talibanes ya ha empezado en los pueblos pequeños, en el mío ya están peor que en el 97. Las dos primeras semanas dijeron que no harían nada, que la gente no tenía de qué preocuparse. Luego, un viernes, que es el día del rezo, entraron en la mezquita los mulás y les pidieron a los notables una lista con los nombres de todos los jóvenes de la zona».
Este registro, según él, iba a destinado a obligar a los varones a enrolarse en las filas de los islamistas «o a pagar unos 20.000 afganis si querían librarse». A las niñas mayores de doce años y mujeres viudas les aguardaba un destino aún peor, el matrimonio forzoso con combatientes o clérigos mayores. Lo cierto es que un informe de Naciones Unidas dado a conocer el jueves refrendó las palabras de Darío. Según el documento, el servicio de Inteligencia talibán tenía «mapeados» a quienes colaboraron con EE UU y la OTAN antes de tomar las grandes ciudades, lo que incluye a los traductores de español.
Darío asegura que aún le cuesta creer lo que ha pasado. «No me parece posible que todo haya vuelto a empezar 20 años después. Aunque yo era muy pequeño, aún me acuerdo de la época de los talibanes como en un mal sueño. Sus salvajadas son difíciles de olvidar». Por eso no se fía de la contención que están mostrando ahora. Cree que es todo una farsa que durará lo mismo que la presencia de tropas estadounidense en el aeropuerto de Kabul. «Esta situación se mantendrá aún un par de semanas, luego se van a vengar de los que colaboraron con los aliados, sí o sí. Los tienen completamente identificados y ubicados».
Esto talibanes 2.0 tienen un mayor control de la tecnología. En eso distan mucho de aquellos fieros barbudos de los noventa. «Están registrando las cuentas de las redes sociales de los que consideran sospechosos, a ver qué encuentran», relata. Muchas mujeres se deshacen estos días de sus móviles y sus tarjetas SIM para borrar cualquier rastro de su actividad digital. Los nuevos talibanes también difieren de los originales en que «la gran mayoría ahora son jóvenes, los del siglo pasado era gente más mayor que compartía nuestra cultura. Si te fijas en sus filas muchos son extranjeros, no son afganos. Hasta llevan tatuajes. Es increíble, no sé de dónde vienen. Además, el liderazgo también es extranjero». Se teme una futura lucha con los terroristas de Daesh o Al Qaida «que también van a querer su cuota de poder».
Una de sus fijaciones durante la semana pasada fue ayudar a que el resto de compañeros traductores que sirvieron codo con codo junto a las tropas españolas fueran evacuados. Según él, a estas alturas solo queda un grupo de unas 80 personas, en su mayoría familiares de los colaboradores locales que ya salieron de Afganistán en los días o meses anteriores. Guarda muy buen recuerdo de sus años en las bases de Herat y Qala-e-naw. Fueron, dice, los mejores de su vida porque «allí tenía incluso más calidad de vida de la que tengo aquí en Madrid». Las misiones no resultaban tan arriesgadas, «el mayor peligro lo representaban las minas sin desactivar en las carreteras».
Él salió de Aganistán en 2015 en un segundo grupo de intérpretes gracias a la labor de un teniente de nuestras Fuerzas Armadas «que sabía lo que acabaría pasando, que nuestra vida en algún momento iba a correr un serio peligro». El tercer grupo vino un año después, en 2016. Atrás quedaron, según él, «veinte como máximo». En su caso, al no estar casado, no pudo traer a ningún familiar con él. Confiesa que no lo vio venir, «me parece impensable que los 300.000 miembros del Ejército afgano no hayan podido con ellos. Todavía cuando me despierto tengo que recordarme que no ha sido una pesadilla».
Algunos de sus compañeros, muchos de los cuales acaban de ser evacuados con éxito, eligieron la segunda opción que les ofrecía el Gobierno español tras la retirada: 10.000 euros más mil por año a partir de los tres de servicio. Como la situación aún estaba en calma, aprovecharon el dinero para reubicarse y empezar una nueva vida en la capital. Un proyecto que ha quedado truncado por el retorno talibán.
Antes de conocer la buena noticia sobre la evacuación de sus padres y hermanos, Daryuosh se estaba planteando vías de escape alternativas a través de conocidos suyos en la Alianza del Norte. Todo apunta a que no hará falta. El Ministerio de Defensa ha cumplido la palabra que le dio, «me aseguraron que no iban a dejar a ninguno de nuestros familiares atrás». Si la familia Mohammadi logra cruzar esta madrugada los accesos al aeropuerto, la reunificación será un hecho.