Testimonios

“Fue como el apocalipsis. De doce familias no quedó ninguna”

Los equipos de rescate buscan a los supervivientes con la urgencia añadida de las bajas temperaturas en la región

«Despertarse en medio de la noche con el edificio entero temblando es el peor sentimiento posible, escapar fue tremendamente difícil», explicó Alaa Nafi desde Idlib, al norte de Siria. Instantes después del seísmo masivo, este residente del enclave sirio bajo control de facciones rebeldes dijo que «ver a familias con niños en las calles llorando con temperaturas heladas fue chocante. Nos agrupamos todos en áreas alejadas de los edificios». El mismo panorama desolador se repetía al otro lado de la frontera. «Hay muchísima gente atrapada. Incontables edificios están dañados, y la gente vaga por las calles. Está lloviendo, es invierno», se lamentó Huseyin Yayman, político local de la provincia de Hatay.

“Es el último desastre para un pueblo que ya había sufrido demasiado”, escribió Abubakr al Shamahi sobre la situación en Siria. El articulista publicó en Al Jazeera que “las imágenes de sirios, viejos y jóvenes, siendo rescatados desesperadamente bajo las ruinas se convirtió en la rutina de los últimos doce años, especialmente en el noroeste del país bajo control rebelde. Ahora no fueron los bombardeos, sino un fenómeno natural”. En un área densamente poblada por desplazados internos que ya vivían en condiciones miserables –muchos en tiendas de campaña–, sus condiciones de vida empeorarán todavía más.

Bajas temperaturas

En la ciudad turca de Adana, un residente explicó el colapso de tres edificios adyacentes a su casa. “Ya no me queda más fuerza”, se estremecía un superviviente bajo las montañas de escombros, mientras los equipos de rescate intentaban alcanzarle. El vicepresidente de Turquía, Fuat Oktay, insistía en la urgencia de socorrer cuanto antes a los supervivientes dadas las bajísimas temperaturas. “Estamos intentando alcanzar las regiones más afectadas lo antes posibles”, explicó a la prensa local.

Terremoto en Turquía
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Desde Diyarbakir, voluntarios y fuerzas de rescate hacían lo imposible por encontrar a gente con vida, abrigados con chaquetas y bufandas en una zona completamente nevada. «La gente sigue atrapada bajo los escombros. Un amigo mío vive en el edificio de al lado, y sus hijos han sido rescatados desde la azotea», contó un vecino de la localidad de mayoría kurda. Otro residente añadió que «estaba durmiendo cuando mi mujer me despertó. El terremoto era muy fuerte, terrible, escuchábamos ruido por todas partes. Pasaron al menos dos minutos hasta que los temblores dejaron de sentirse». Una madre de la misma ciudad, que terminó con un brazo fracturado y heridas profundas en el rostro, afirmó que “fuimos completamente sacudidos. Éramos nueve en la casa, y dos de mis hijos siguen desaparecidos. Les seguimos esperando”.

Un muerto cada diez minutos

Las imágenes aéreas llegadas desde localidades como Gaziantep o Hatay eran de una desolación absoluta. Hileras de edificios sucumbieron como castillos de naipe, y calles enteras quedaron plagadas de ruinas. Desde Harem, en territorio sirio, un testigo contó que “cada diez minutos sacaban un cuerpo sin vida. Escuchamos los gritos de gente enterrada, sacaron a un bebé que parecía seguir vivo y lo llevaron de urgencia al hospital”.

Como era previsible tras más de diez años de guerra civil, los hospitales de Siria no daban abasto. “La gente se acumula y es tratada en los pasillos, hay escasez de sangre y medicinas”, explicó un doctor. Además, “las complicadas condiciones dificultan la búsqueda de supervivientes”, han lamentado los Cascos Blancos desde Siria.

El dilema de elegir

Shajul Islam, médico en Idlib, aseguró que ayer fue su peor día en los últimos siete años trabajando como sanitario. «Literalmente estoy sacándole la ventilación asistida a un paciente, para darle una oportunidad a otro. Debo tomar la decisión de quien tiene más opciones de sobrevivir», comentó. En su área, tres o cuatro hospitales quedaron fuera de servicio por el terremoto.

Osama Abdul Hamid, que de milagro sobrevivió junto a su mujer y sus cuatro hijos en la localidad siria de Azmarin, indicó que la mayoría de sus vecinos no corrieron la misma suerte. “Nuestro edificio era de cuatro plantas. De las otras tres, nadie logró salir. Dios me dio otra oportunidad de vivir”, relató entre lágrimas a la agencia AP.

En Jandaris, en la provincia de Alepo, una pila de escombros, ropa y objetos ocupaba el lugar de un edificio de múltiples plantas. “Fue como el apocalipsis. De doce familias no quedó ninguna”, resumió Abdul Salam. La vasta mayoría de los afectados sirios y turcos viven en áreas rurales remotas, mal conectadas a carreteras e internet, por lo que se hace todavía más difícil para las autoridades ofrecer un balance real de la tragedia.