Discriminación
La comunidad árabe, a la cola en la asignatura del racismo
Medio millón de muertos en Darfur, la esclavitud en Libia, un aumento de la xenofobia en Túnez y los trabajos forzados en la península arábiga siguen un patrón basado en el racismo cuyas consecuencias son devastadoras
Abdullahu es un joven somalí entrevistado por la OIM en marzo de 2023 que fue secuestrado en Libia y a quien torturaban obligándole a tragar alimentos mezclados con gasolina o salpicándole con plástico hirviendo. No fue hasta que sus padres pagaron 14.000 dólares que le soltaron de vuelta a Somalia. Abdullahu esperaba cruzar un pedazo del Mediterráneo contratando a la mafia que terminó por secuestrarle, y su sueño les costó catorce mil dólares a sus padres, eso sin contar con los miles de dólares iniciales que pagaron para que se cumpliera el sueño del chico.
Afwerki es un etíope que salió de su casa con rumbo a Arabia Saudí tras cumplir los 19 años, escapando de la guerra en Tigray y con ganas de encontrarse un trabajo que le permitiera ahorrar para llevarle un dinero de vuelta a la familia. En enero de este año vivía con la mirada perdida y traumatizada en un centro de las Hermanas de la Caridad: tras dos años de duro trabajo y penurias indescriptibles para quien no las ha vivido, la policía saudí organizó una redada fatal y le expatrió, confiscándole por el camino todo el dinero que tenía ahorrado. Afwerki seguía en shock tres meses después de que ocurriera.
Durante una conversación aleatoria en un día con atasco en Abiyán, un taxista de Costa de Marfil se quejaba de que los marroquíes tratan mal a los inmigrantes subsaharianos, y que él lo sabía porque trabajó dos años en Rabat y otro en Casablanca, antes de volverse a casa harto de ser menospreciado. Hablando, recordaba la infame masacre de Melilla y los cuerpos hacinados frente a los guardias marroquíes. Y me vino a la memoria la historia sobre los tuareg que detienen a inmigrantes en su paso por el Sáhara bajo el encargo de Italia y para vender en última instancia a los capturados en el mercado de esclavos libio, donde un hombre cuesta 400 dólares.
En Túnez, el presidente Kaïs Saied inició hace escasos meses una campaña de acoso contra los inmigrantes subsaharianos residentes en el país. Los señala como parte de “un complot ideado contra Túnez” para conseguir “un gran reemplazo demográfico” que impida a los tunecinos “pertenecer a las naciones árabes e islámicas”. Desde que Saied inició su retórica xenófoba se han multiplicado las agresiones y los asesinatos contra individuos subsaharianos en Túnez, mientras aumenta el número de deportaciones forzadas donde los solicitantes de asilo son abandonados en el desierto de Hazoua de manera literal.
Esto ocurre hoy. En Mauritania todavía existe la esclavitud. Se ha ilegalizado en varias ocasiones (la última fue en 1981) y oficialmente se terminó, pero este periodista ha entrevistado a negros mauritanos de las zonas rurales que trabajan seis días a la semana a cambio de un cuenco de comida diario y de un techo, nada más, sin salario, sin nada más que el trabajo, la comida y el techo. Una escena vista en la localidad de Terjit fue la de dos prepúberes negros a los que saludamos tras verles pasar cargando con dos bidones de agua, momento en que los niños árabes que nos llevaban siguiendo desde varias calles atrás se lanzaron contra ellos para darles collejas, pataditas, gritarles bromas crueles y finalmente empujarles de vuelta al camino con los bidones. En Mauritania no hay esclavitud de manera oficial pero la hay a efectos prácticos.
En Darfur, en la región más occidental de Sudán, las milicias árabes conocidas como Janjaweed son responsables del asesinato de casi medio millón de sudaneses de etnias negras desde el inicio de la violencia en 2003. El genocidio de Darfur, el primero del siglo XXI, ha sufrido un repunte en los últimos meses debido a la nueva guerra civil que afecta a Sudán; los informes avisan sobre matanzas masivas contra pobladores negros en la ciudad de Geneina, y cerca de un millón de personas han tenido que abandonar sus hogares en los últimos años para escapar a un destino funesto.
A todo esto habría que sumarle el uso que se da a subsaharianos y pakistaníes para los trabajos forzados en la península arábiga, donde al menos 6.500 trabajadores de origen extranjero fallecieron en Qatar durante el periodo de construcción de los estadios para el Mundial de 2022. Y sumarle las quejas de la comunidad negra en Iraq en lo que respecta al racismo al que se ven sometidos, la discriminación basada en su historial esclavo y la falta de oportunidades que les son ofrecidas por una mayoría árabe iraquí. Tal es así, que existe un insulto común en Iraq y en Sudán pero también en otros países árabes para señalar a los negros: "Abeed". Cuyo significado sería "esclavo".
Muchos textos hablan del tráfico de esclavos por parte de los europeos pero omiten de una manera sospechosa el tráfico organizado entre los árabes. Una vez se conocen sus cifras, resulta incluso extraño que la comunidad árabe (que no musulmana) no haya planteado siquiera una disculpa con que limpiarse las atrocidades. Donde la industrialización de Europa llevó a que se exportara un número desorbitado de esclavos africanos en un tiempo relativamente corto, y de ahí el mal que hicimos, los árabes y otras etnias asiáticas han estirado los números por un periodo de tiempo que se pierde en las nieblas de la memoria, esparciendo el horror como una forma de vida durante milenios. Súbditos de Jerjes, mamelucos y nuestros abuelos de Al-Ándalus gozaron del pecado de los harenes y de los sensatos consejos de miles de eunucos. Decenas de miles de eunucos. Hombres hechos y derechos a quienes arrancaron los genitales a lo largo de los siglos para que sirvieran mejor a sus amos.
Una pequeña guía sobre el comercio de esclavos en el mundo árabe durante los últimos siglos podría afirmar que:
1.Para 1838, entre diez y doce mil esclavos eran importados anualmente a Egipto para ser utilizados, en el caso de los varones, con fines militares, y en el caso de las mujeres, para emplearlas en el servicio doméstico.
2.En 1905, hasta cincuenta y ocho traficantes de esclavos sudaneses fueron apresados y juzgados por las autoridades británicas.
3.El segundo sultán de la dinastía Alawi (Marruecos), nacido de padre árabe y de una concubina negra, consiguió reunir en el siglo XVIII un ejército de esclavos negros cuyo número se estima en 150.000 combatientes.
4.Sólo en el siglo XVII y sólo a través de la ruta sahariana, los mercaderes árabes traficaron con 700.000 personas según las cifras oficiales.
5.A principios del siglo XX, en torno a un 20% de los subsaharianos capturados fallecían durante su transporte a Egipto y Oriente Medio.
Europa como agente vinculante
El duro trato que sufren los africanos subsaharianos por parte de sus vecinos del norte encuentra una interesante excepción a la hora de relacionarse con Europa. Especialmente significativo fue el entusiasmo que experimentaron las naciones africanas después de que Marruecos eliminara en el Mundial de 2022 a dos naciones europeas, llegando incluso a rozar la posibilidad de batir a un enemigo común desde el colonialismo: Francia. El día del partido contra los galos, Marruecos era africano y los africanos eran marroquíes, casi se diría que súbditos del rey. Este periodista estaba en Senegal por aquellas fechas y pudo comprobarlo de primera mano. En una línea similar, Muamar Gadafi procuró labrarse hasta su muerte una imagen panarabista pero también panafricanista, donde afirmó en repetidas ocasiones que buscaba crear una moneda común africana e invirtió enormes cantidades de dinero en movimientos de liberación del África subsahariana, al igual que creó fuertes lazos comerciales con las naciones africanas en detrimento de Occidente. Es por esto por lo que, a ojos de muchos de los africanos, desde Marruecos hasta Zimbabue, Gadafi es visto como un héroe al mismo nivel que Lumumba o Thomas Sankara, y se piensa entonces que fue asesinado por Occidente para perjudicar a África.
La amistad entre árabes y subsaharianos también queda patente en el propio suelo europeo. Aquí, al encontrarse dos sociedades desarraigadas de sus lugares de origen, se generan dinámicas de hermanamiento que pudieron comprobarse durante los disturbios de Francia en este mes de julio. Subsaharianos y árabes por igual, unidos bajo la enseña de la inmigración, la precariedad socioeconómica o el islam, según el caso, formaron un frente común para combatir a su contrincante en aquella ocasión concreta, Francia, Europa, volviéndose cierto el dicho que dice que el enemigo de mi enemigo… Resulta sin embargo curioso que Francia entera ardiera por el asesinato de un joven árabe mientras que no se aprecian protestas que condenen el asesinato de 400.000 sudaneses negros a manos de las milicias árabes o el negocio de la esclavitud en Libia. No se ven protestas del estilo ni en Lyon ni en Yeda.
Cabe igualmente a destacar que el trato denigrante que muchos subsaharianos reciben por parte de los árabes con quienes se cruzan no se da en la dirección contraria; no existen ejemplos, excluyendo contadas victorias en contadas batallas de mucho tiempo atrás, en donde comunidades negras hayan esclavizado de forma masiva a sujetos árabes. Como ocurre con cualquier situación de injusticia a causa del racismo, esta es unidireccional y vertical, donde el árabe ocupa sin espacio para la duda una posición privilegiada que ha sido denegada al negro.
Las naciones árabes, que no dejaron de ser potencias colonizadoras del norte de África previas a los europeos, potencias colonizadoras procedentes de Oriente Medio y que han terminado por configurar como propia la costa mediterránea de África; las naciones árabes, descendientes de imperios transcontinentales, prodigios matemáticos y astronómicos y literarios inigualables; las naciones árabes, creadoras de cultura global y joyas arquitectónicas que se elevan durante mil años; las naciones árabes, expertas comerciantes y expansoras de su religión; las naciones árabes se posicionan sin ruborizarse al nivel de daños del africano cuando tratan con Europa, señalándose como víctimas similares cuando (demostrado queda en este artículo) muchas de ellas no pertenecen sino a otra de las civilizaciones a señalar cuando busquemos los males que desangran África, tanto en el pasado como en el presente, de manera que no podría esperarse el desarrollo del continente más castigado si el trato que ofrecen a los subsaharianos se mantiene, con sus mas y sus menos, en líneas similares a las de hace quinientos años.
Quede claro que este artículo no hace referencia a todas las naciones con una mayoría árabe ni a los árabes como sociedad en su conjunto (igual que no exime a Europa de su responsabilidad). No quisiera ofender a un saharaui o un catarí moderado, igual que no se atrevería a meter en el saco a la religión musulmana que siguen tantos senegaleses y malienses. Se limita a destacar dinámicas socioeconómicas y ciertas políticas de Estado visibles en Marruecos, Iraq, Túnez, Libia, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Sudán, Mauritania y el norte de Mali que son enormemente dañinas tanto para el desarrollo africano como para la erradicación del racismo en nuestra sociedad.
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