Inmigración
Así colaboran los tuareg y el Gobierno italiano para detener a los inmigrantes del África subsahariana
Aprovechando el poder de los tuareg en el Sahel, Italia ha comenzado una nueva relación que hace peligrar las vidas de miles de subsaharianos
“Ningún maliense cruzaría hoy a Libia para llegar a Europa. A no ser que esté desesperado”. Esto lo dice Jissa, un apacible comerciante de cables, enchufes, cascos de música de segunda mano y aparatos tecnológicos variados que se amontonan sin embalaje en su tiendecita de Bamako. Su hermano migró hace siete años pero él no está interesado en hacerlo. No le gusta irse muy lejos de su tienda porque el joven que trabaja para él, Tarik, es buen muchacho pero “un poco vago” y todavía demasiado joven para ser de fiar. Son pocas veces las que Jissa abandona siquiera la ciudad. Son pocos los días que se despega de su silla junto a la puerta de su negocio.
Con una indignación contenida relata cómo ciertos amigos suyos fueron capturados por los tuareg en el desierto. Que luego fueron encerrados en una suerte de granjas que hacen de campos de concentración improvisados para los inmigrantes, repite Jissa, que “han sido cazados por los tuareg”.
Del desierto a las subastas de esclavos
Las cacerías de los tuareg en el desierto son un espectáculo escalofriante. Aparece en el horizonte tembloroso una banda subida a una camioneta pickup o sencillamente cabalgando los camellos (eso, si no les estaban esperando de antes a un lado del camino) para aprisionar a veinte o treinta inmigrantes de origen subsahariano, a sabiendas de que ellos son quienes mandan en ese pedazo de arena: ellos son los tuareg armados con Kalashnikov o sencillamente con un viejo revólver que les permitirá cortar de cuajo el camino de esperanza de su hermano africano. Hay ocasiones donde ni siquiera se necesita esta escena, porque los tuaregs controlan las puertas de viento del Sahel y ellos deciden quién entra y quién no, y muchas veces guían entre las dunas a los inmigrantes para beneficiarse de lo que pagan las mafias. Entonces ocurren momentos donde el tuareg simplemente necesita darse la vuelta en plena marcha e informar a los inmigrantes de que están apresados.
Basta una excusa para romper el código de honor del contrabandista. No sería justo decir que los tuareg apresan a casi todos los inmigrantes, sino que más bien es lo contrario; pero esto no descorre otra miserable realidad que son las remesas semanales de dos, doce, veinte chavales subsaharianos que proceden de Camerún, Costa de Marfil, Sudán, Togo, Malí, etc., y que son capturados por los tuareg. Hasta ahora, la mayoría de las capturas se debían a que los apresados no pagaron el importe del viaje, eran polizontes del desierto que ofrecían una razón que justificase la ruptura del código. Otros, simplemente tuvieron mala suerte. Que esto que lleva ocurriendo hace años y que las víctimas acaban siendo vendidas como esclavos en Libia, donde son forzadas a trabajar en minas durante años y donde un hombre sano se valora en unos 250 dólares americanos, esto no es noticia desde hace años.
Sin embargo, desde los primeros meses de 2022 se ha registrado un aumento de los secuestros, con el añadido consiguiente de palizas, sustos y subastas de esclavos que prosiguen. Lo dice Jissa sentado frente a su tienda y lo reconocen los militares internacionales en el espacio de un café. Se comenta, pero nunca demasiado alto. Y en cada una de las conversaciones se menciona a los italianos.
Italia y los tuareg
Ara Pacis se define a sí misma como “una organización sin ánimo de lucro basada en Roma, dedicada a la dimensión humana de la paz”. En los últimos años ha establecido diálogos de paz entre las tribus tuareg y los gobiernos de Libia y en Malí. En Malí contribuyeron a la creación el Cuadro Estratégico Permanente (CSP por sus siglas en francés) que aunó a importantes grupos tuareg bajo una sociedad más cohesionada y que les ayudara a defender sus intereses comunes. Ara Pacis también presume de haber servido en Malí como engranaje para relacionar a Italia con los líderes tuareg, entre que Roma ha iniciado en 2021 una nueva relación económica con Bamako, entre foros económicos y el anuncio de la próxima apertura de una embajada italiana en la capital maliense. Aunque suene lejano y nos aparezca revuelta por las arenas del desierto, la imagen italiana es hoy una constante en Malí, igual que lo ha sido desde hace décadas en Libia.
Los tuareg asentados en Italia (que es el país europeo donde reside la mayor comunidad tuareg) entrevistados para escribir este reportaje han reconocido el interés de Italia por que sean ellos quienes frenen la riada de subsaharianos, aunque también dijeron que “no puede impedirse el paso de absolutamente todos los inmigrantes”. Como excusándose por no ser lo suficientemente efectivos ante las peticiones de Roma, uno de ellos contestó que “desde que llegó el coronavirus, los tuareg tenemos menos dinero y los que viven en el desierto tienen que buscar la manera de sobrevivir”, haciendo referencia a que todavía dejan cruzar a elevados números de subsaharianos. Los tuareg consultados confirman que Italia paga las capturas según van sucediendo, al peso, “como con los pescados”, de manera que si los tuareg presentan a veinte hombres, recibirán menos dinero que si metieran en sus “granjas” a, digamos, cuarenta inmigrantes.
Entonces procuran establecer un equilibrio que les proporcione los ingresos de la inmigración ilegal y de los pagos de Italia, que tampoco se hace cargo de los prendidos: los tuareg son libres para hacer con ellos lo que les plazca, sea venderlos, sea soltarlos de vuelta para casa, aunque venderlos parece una opción recurrente. Basta hurgar un poquito en el África del norte y la saheliana para encontrar un esclavo, a día de hoy.
Una estrategia cara en derechos humanos
Los datos confirman que la nueva estrategia italiana para frenar la inmigración ilegal comenzó a dar sus frutos en los primeros meses de 2022. Según los datos ofrecidos por la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex), 812 inmigrantes irregulares salieron de las costas de Libia entre los meses de julio y octubre de 2021, frente a los 100 que lo hicieron entre enero y abril de 2022.
Asimismo, la comparativa de cifras de ACNUR de mayo de 2022 y del mismo periodo de 2021 permite observar una disminución drástica en la entrada de inmigrantes de origen subsahariano en Italia. Si los costamarfileños constituían el año pasado un 13% de las llegadas, hoy apenas suponen el 5%; los de origen guineano han disminuido del 9% al 4%; mientras los malienses, que en 2021 constituían un 5% de las llegadas, hoy ni siquiera alcanzan el 1%. Es una victoria para Roma pagada con miles de euros en cash y la libertad de cientos de seres humanos procedentes del África subsahariana. Quien conozca medianamente las relaciones entre negros y árabes en el norte de África comprenderá el grave riesgo que corren los apresados.
Fuentes confidenciales aseguran que Ara Pacis actuaría como intermediario en varios asuntos de cooperación relacionados con los tuareg, incluyendo los pagos necesarios por cumplir con su parte del trato. Y Jissa, acomodado en el calor en una silla frente a su tienda, remata su charlita con un rumor: “Esto no sé si será verdad. Pero a mí me contaron que hay veces que los tuareg quieren el dinero de los inmigrantes y también el de los italianos, entonces raptan temporalmente a algunos pobres campesinos para enseñárselos a los italianos y decirles que son inmigrantes”. Solo hace falta una excusa para romper el código de honor del contrabandista. Pero, en el anonimato del desierto, siempre quedan alternativas menos deshonrosas a ojos de los tuareg.
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