Ecuador

Ecuador tiembla una semana después

El país vive sobrecogido por las réplicas y el temor a otro gran terremoto, mientras se busca a 1.260 desaparecidos

Vecinos piden comida y agua a los vehículos que pasan por una carretera en San Alejo, (Ecuador) ayer. Miles de ecuatorianos se han quedado sin alimentos y sin agua a la espera de la llegada de ayuda humanitaria
Vecinos piden comida y agua a los vehículos que pasan por una carretera en San Alejo, (Ecuador) ayer. Miles de ecuatorianos se han quedado sin alimentos y sin agua a la espera de la llegada de ayuda humanitarialarazon

El país vive sobrecogido por las réplicas y el temor a otro gran terremoto, mientras se busca a 1.260 desaparecidos

Mientras se escribía esta crónica, la tierra volvía a temblar en Ecuador. Primero la lámpara –única electricidad, autogenerada, en la ciudad– comenzaba a balancearse, luego el ordenador, hasta que la silla se convertía en hamaca. La misma sensación de mareo al bajarse después de correr en una cinta: el suelo, literalmente, moviéndose. Los compañeros de prensa, acostumbrados estos días a las sacudidas, pedían calma y todo el personal de las carpas aledañas salían hacia el centro del campo de fútbol, donde se ha instalado el campamento base para voluntarios y Fuerzas de Seguridad, uno de los pocos lugares seguros de Pedernales, epicentro del gran terremoto de 7,8 en la escala Ritcher del pasado sábado, que ha dejado por el momento 588 muertos y más de 2.000 heridos.

Desde entonces se han registrado hasta 717 réplicas del seísmo. «Hasta que no se acomoden las placas tectónicas, esto no va a parar», asegura uno de los policías a las puertas del estadio. El temblor de ayer a las 22:30 (hora local), situado a seis kilómetros de Jama –una de las localidades más afectadas– y a 10 kilómetros de profundidad, alcanzó los 6,2 en la escala Ritcher, según el Instituto Geofísico (IG). A continuación, se repitieron varias sacudidas menores de unos 5 grados.

Los pilares malabarísticamente inclinados anticipan el desastre. El temor a un nuevo temblor y el alto peligro de derrumbe han empujado a los vecinos a abandonar sus casas. Se calculan unos 20.000 desplazados. Durante el día, el ajetreo reina en Pedernales. Varios camiones tiran los edificios más dañados y acto seguido recogen los escombros. Un doloroso ritual diario a la vista de los vecinos, que acuden al municipio para recuperar algunos de sus bienes. «Es desolador asistir a esto, cada día vengo y miro durante horas mi casa, deseando a veces que se hunda para volver a reconstruirla», cuenta Evelyn, tendera, sentada en un bordillo.

Los rescatadores ya no buscan supervivientes. El jueves no se encontró ninguno. Han pasado seis días y las probabilidades de que haya vida entre los escombros se han esfumado, aunque todavía quedan 1.260 desaparecidos, estima la secretaría general de Gestión de Riesgos. Un dato desolador que podría engrosar la magnitud de la tragedia a medida que avanzan las tareas de búsqueda.

Tanto trabajadores como habitantes utilizan máscaras para soportar el fuerte hedor a putrefacción al pasar por delante de algunos edificios, sobre todo en aquellos que acaban de remover las piedras. Es el olor de la destrucción que dificulta más si cabe los esfuerzos para borrar las secuelas de la catástrofe. Ayer, los equipos de rescate rociaron cal por alguno de esos lugares.

La lluvia, sin embargo, se encargó de aplastar los pocos ánimos. La ciudad amaneció cubierta en charcos tras un fuerte aguacero nocturno: la peor noticia tanto para las labores en la zona como para las condiciones de los desplazados, muchos de ellos durmiendo en tiendas improvisadas con cañas y sábanas. El agua sigue siendo la mayor preocupación por el riesgo de enfermedades.

«Hace unos días la falta de agua limpia podía provocar tifoideas (diarreas). Ahora el agua de lluvia estancada puede desencadenar la aparición de brotes de dengue», explica a LA RAZÓN José Luís Drouet, coordinador de emergencias de la Cruz Roja, quien avanza que se está trabajando para averiguar si se ha provocado el colapso del alcantarillado. «De momento, no se han detectado casos, pero las posibilidades son elevadas y estamos alerta», informa.

Miedo al zika

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) dijo ayer temer una expansión de virus como el del zika y de enfermedades como la hepatitis A o brotes de gastroenteritis y gripe tras el seísmo. «Es una población que ha perdido sus viviendas, están expuestas más de 20.000 personas viviendo en refugios, hay que tener cuidado con el suministro de agua, el lavado de manos, las picaduras de mosquitos», explicó a Efe Gina Tambini, representante de la OPS en el país andino.

Pedernales se ha convertido en corazón y símbolo de la tragedia. El presidente Rafael Correa visitó ayer por segunda vez la ciudad y reiteró lo único que mantiene vivos los ánimos de los ecuatorianos: la unidad ante la adversidad. Una premisa con la que el Gobierno ha impulsado medidas económicas destinadas a financiar la reconstrucción, como la contribución de los trabajadores a través de su sueldo y la subida del IVA.

A los empleados que cobren 1.000 dólares mensuales se les descontará un día de salario durante un mes; a los que reciban 2.000 dólares, un día durante dos meses, y así sucesivamente hasta un máximo de cinco meses para los que ganen 5.000 dólares. Los trabajadores también aportarán un 3% de los beneficios de la empresa. Asimismo, se incrementará el IVA del 12% al 14% durante un año. Medidas con las que se espera recaudar entre 650 y 1.000 millones de dólares.

La solidaridad con Ecuador se ha extendido a nivel mundial, especialmente entre los países latinoamericanos. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, visitará Pedernales mañana, mientras que su homólogo Evo Morales se desplazará el martes.

Por su parte, los afectados se abalanzan a los coches que transitan por la carretera para pedir una botella de agua o comida. Filas de familias con una camiseta blanca o trapo rojo en forma de bandera de auxilio. La ayuda llega, pero es insuficiente. Los damnificados piensan ahora sólo en recibir una vivienda o regresar pronto a sus casas.

Desesperados por conseguir comida

La desesperación que cunde entre quienes lo perdieron todo en el terremoto comienza a desbordarse en Manta, donde los voluntarios deben realizar la entrega de ayudas escoltados por policías ante el encendido descontento de los supervivientes. Seis días después del seísmo, los vecinos que perdieron sus casas se lanzan a la tarea más importante del día, conseguir alimentos y agua que les mantengan hidratados bajo los más de treinta grados que marca el termómetro, y para ello pueden acudir a lugares fijos de entrega o recorrer su destrozado barrio a la espera de que lleguen las unidades móviles con ayuda. En la primera opción les esperan colas kilométricas al sol; en la segunda, confían en que les llegue un paquete de alimentos. Estos paquetes provienen de donaciones de empresas privadas o particulares y, según cifras facilitadas a Efe por fuentes de la Alcaldía de Manta, al día se entregan más de 1.300, especialmente en el sector de Tarqui, el más afectado.