Política

Nueva Zelanda

El alter ego de los lobos solitarios

Furia musulmana. Miles de fieles gritan eslóganes ayer contra los asesinos de Christchurch en la ciudad de Dhaka, en Bangladesh
Furia musulmana. Miles de fieles gritan eslóganes ayer contra los asesinos de Christchurch en la ciudad de Dhaka, en Bangladeshlarazon

No existen, por los datos de que se disponen, redes internacionales organizadas de individuos dedicados a actuar de forma delictiva y violenta contra los musulmanes, según expertos antiterroristas españoles consultados por LA RAZÓN. Los que perpetran acciones criminales como la de ayer, muy escasas si se comparan con los miles de atentados que cometen los yihadistas en todo el mundo cada año, actúan de manera espontánea, como mucho con una organización de carácter local, y se mueven por razones racistas, odio e integrismo religioso. El término «lobo solitario», con que originariamente se denominaba a terroristas de extrema derecha, parece adecuado en este caso.

Se trata de individuos que buscan ante todo publicidad, ya que se sienten íntimamente orgullosos de lo que consideran «actos de justicia» contra un enemigo que ya han definido y al que están dispuestos a atribuir todos los males existentes. El hecho de que uno de los autores de la matanza en las dos mezquitas de Nueva Zelanda «retransmitiera», a través de Facebook, la ejecución de los atentados, con toda su crudeza, es una prueba de ello.

Por si faltaba algún aditamento, uno de los asesinos, Brenton Tarrant, tenía en su poder un manifiesto, al que se hace referencia en estas mismas páginas, de carácter racista, en el que, según informan distintos medios internacionales, se presentaba como una especie de caudillo llamado a eliminar a los musulmanes, a los que culpaba de las muertes que han causado como invasores en Europa.

A partir de ahí, lo que diga este individuo en su panfleto es cuestionable, ya que se trata de la «leyenda» que él ha elaborado para justificar sus crímenes.

Este tipo de delincuentes, pese a manifestar su «convicción» de que han sido llamados a salvar la civilización occidental, se sienten solos (saben que sus acciones serán repudiadas por la inmensa mayoría de los ciudadanos) y tienen que «edificar» la «fortaleza», una especie de castillo en el que cimentar su particular «cruzada». En este sentido, como ocurre tantas veces, los extremos se tocan. Los terroristas yihadistas llaman a los cristianos «cruzados» y a los fanáticos, como es el caso de Tarrant, les resulta muy sencillo adoptar ese papel. En el colmo de la «iluminación», decía pertenecer a la orden de los «Caballeros Templarios resucitados». Y tener relaciones con el individuo que asesinó a 77 personas en Oslo y Utoya.

Al no existir redes organizadas, resulta complicado, como ocurre con Daesh y sus actores («lobos») solitarios, combatir este terrorismo. La prevención y la vigilancia de las redes sociales resultan fundamentales, ya que los que están dispuestos a ejercerlo sienten un irrefrenable deseo de «exhibirse», bien para tratar de captar adeptos a su causa o para recibir el apoyo «moral» de otros fanáticos.