Restringido
El hermano díscolo
Murió la reina buena: Fabiola de Mora y Aragón. Reina consorte de los belgas, hasta hoy retirada con unas damas en el castillo de Stuyvenberg desde que murió el rey Balduino en Motril en 1993. El romance de Balduino y Fabiola causó sensación en su época. Un amor que unía a una aristócrata española, discreta y desconocida, con el rey de los belgas, justo cuando los cuentos de hadas modernos ocupaban las portadas de las revistas como «Paris Match» y «Life» y las televisiones comenzaban a ser el medio preferido por las masas. En España, la boda de Fabiola y Balduino inauguró oficialmente Televisión Española con la retrasmisión del acto en directo desde la iglesia de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas y fue un evento de repercusión internacional. Inopinadamente, Fabiola se convirtió en una estrella codiciada por las revistas de chismorreos, quizá pensando que la católica española daría tanto juego como la princesa Margarita de Inglaterra, con unos amores furtivos que tuvieron reflejo cinematográfico en «Vacaciones en Roma», y la actriz Grace Kelly, famosa por su discreción a la hora de atesorar amantes sin que nadie pusiera en duda su virginal belleza, anunció su boda con el príncipe Rainiero de Mónaco.
Lo cierto es que Fabiola era una mujer discreta, católica y conservadora que gustaba escribir y dibujar cuentos para niños. «Los doce cuentos maravillosos» se editaron en álbumes y se grabaron en discos microsurco con gran éxito. Esos niños que nunca pudo tener tras cinco abortos. Volcaron su amor en el futuro heredero, Alberto, hijo de Alberto y Paola de Lieja, la «dolce Paola» de la canción de Adamo, de quien se rumoreaba que habían sido algo más que amigos.
El precioso traje de boda lo diseñó Balenciaga y la espectacular corona, regalo de Franco, tuvo su aquél, al descubrirse que las piedras preciosas las habían vendido las monjitas. Corrió el rumor de que se las había quedado doña Carmen Polo de Franco, pero se subsanó rápidamente.
Los escándalos reales, tan populares en los años 50 y 60, magnificados por la prensa sensacionalista, persiguieron a Fabiola. Fue una reina discreta, amante de su marido, de quien siempre estuvo enamorada, y correspondida, sin dar motivos a las lenguas de doble filo, que tuvieron en su hermano, don Jaime de Mora y Aragón, la piedra de escándalo permanente para llenar páginas que hoy sería dignas de figurar como dignas de un paleofriqui. Don Jaime comenzó con una espectacular exclusiva pocos días antes de la boda de su hermana: el robo de su diario personal por el que se dijo que «Paris Match» pagó su peso en oro para no publicarlo. Le siguieron los escándalos romanos: don Jaime fue uno de las artífices de la «dolce vita» romana, protagonista de escenas grotescas que figuraron, camufladas, en el filme de Federico Fellini. Protagonizó la famosa escena en que lo pillan disfrazado de mujer con un abrigo de visón en «Juicio universal»(1961), de Vittorio de Sica. Posteriormente, para desgracia de la reina consorte Fabiola de Bélgica, se convirtió en uno de los artífices de la Marbella del príncipe Hohenlohe. Grabó una canción erótica, «Christine», dedicada a Christine Keeler, la amante de Profumo, y se convirtió en el pianista de la «jet set» y actor invitado en numerosas comedias españolas y filmes del destape. Fabiola nunca se lo perdonó. No fue invitado a la boda.
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