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Venezuela

Emigrantes españoles en Venezuela, otras víctimas del chavismo

Sufren para mantener sus negocios mientras la clase media desaparece

Emigrantes españoles en Venezuela, otras víctimas del chavismo
Emigrantes españoles en Venezuela, otras víctimas del chavismolarazon

En el restaurante de Altamira, Caracas, a don Vicente no parece que le falte de nada. Este leonés de avanzada edad sonríe mientras cocina sopa de pescado, cochinillo... Muestra orgulloso la mercancía. “Los productos se consiguen, pero ya no viene la gente, la inflación nos está matando”, asegura. Vicente es uno de los tantos españoles que emigraron siendo casi niños a Venezuela. Representa también a una comunidad que floreció con orgullo, pero que ahora, como la mayoría de los venezolanos, pasa penurias. En su restaurante, situado en la otrora zona acomoda de Altamira, escenario de las cruentas protestas de 2017, puede verse un escudo y varias armaduras. “Son de Toledo”, explica, para pasar a explicar que “el problema también es que si bien uno recauda más bolívares, los alimentos suben el doble. Es toda una cadena”. En las mesas apenas comensales. El local pareciera un antiguo castillo abandonado.

En Venezuela el costo de vida ha escalado 702.521% desde el pasado 1 de enero, en una espiral que según el Fondo Monetario Internacional llevó la inflación a 1.700.000% en 2018 y a 10.000.000% este año. El Parlamento y expertos han señalado que el país petrolero entró en hiperinflación en noviembre del 2017. Los elevados precios en el país, que atraviesa su quinto año de recesión, impactan en los ingresos de los venezolanos y han contribuido a que emigren más de tres millones de personas, entre ellos muchos españoles.

El centro de Caracas parece blindado. Alrededor del Palacio de Miraflores hay varias torretas con militares apostados. También han levantado “trincheras” con sacos blancos de arena. Patrullan continuamente los colectivos de motoristas. Una demostración de fuerza y de lealtad hacia su “comandante”. En este territorio hostil, Óscar, natural de Pontevedra, mantiene abierta su zapatería. “Yo tenía 20, 40 empleados. Ahora solo dos, pero no me voy porque ya soy de aquí, más que de allá, después de 30 años. Represento a esa clase media-alta venezolana que ahora está muy empobrecida”, comenta.

A tan solo pocos metros se encuentran las galerías subterráneas del Centro Nacional Electoral, el CNE. En ese edificio hay también varios ministerios. Actualmente es un lugar sórdido y oscuro donde huele a orín. “Estaba lleno de locales, joyerías de todo tipo. Ahora tan solo resisten algunos negocios”, comenta Óscar, quien nos acompaña a ver otro amigo suyo, Manuel, canario, quien tiene una peluquería. “Yo sobrevivo por la gente de los ministerios, pero mira cómo está esto”, afirma. Su “hora pico”, la más concurrida -afirma-, es de 7 a 9 de la mañana. Él tampoco quiere irse. “Mandé a mis hijos a Tenerife por un tema de seguridad, pero yo me quedo, me sentiría raro allí”, agrega.

Desde hace 15 años en Venezuela existe un férreo control de cambio, pero el sistema oficial de divisas no aporta los dólares suficientes a los empresarios privados para importar materias primas y equipos, y aquellos que operan en el país tienen que recurrir al mercado paralelo, lo que golpea los precios y desmorona el comercio.

Última parada en las Mercedes, uno de los barrios más acomodados. Manolo regenta un bar, donde predominan los colores cálidos, los cristales y luces de neón que recuerdan a los años 80. También ofrece una buena paella de pollo y mero del día. “Más allá de los berrinches entre Maduro y Pedro Sánchez, los venezolanos son gente amable, que nos quiere”, dice.

Ahora la historia se repite pero hacia atrás: hace 70 años, cuando los españoles se lanzaron al mar, en barcos que aprovecharon los mismos vientos que ayudaron a Colón, para alcanzar una mejor vida. Bordeaban la costa africana hasta Cabo Verde y de allí se internaban en el océano hasta llegar a Venezuela. Eran 30 días de travesía que costaba unas 6.000 pesetas, una fortuna para la época. Sabían que pasarían fatigas, y que probablemente serían detenidos por la policía venezolana al llegar a tierra firme. Pero el riesgo valía la pena, conseguirían una vida mejor. Hoy el sueño venezolano se convirtió en pesadilla.