Tribuna
Putin humillado
La revuelta de Wagner deja en evidencia la debilidad interna de un régimen de un sólo hombre quizás no tan fuerte como nos quiso hacer pensar
Yevgeny Prigozhinha puesto de manifiesto la vulnerabilidad del Estado ruso. Si bien el golpe protagonizado en los últimos días por las tropas del grupo Wagner parece haber sido resuelto, no deja de evidenciar la debilidad interna de un régimen de un hombre quizás no tan fuerte como nos quiso hacer pensar. Putin queda tocado tras estos incidentes, su poder ya cuestionado abiertamente puede acabar derrumbándose. Los buitres planean sobre el Kremlin y puede abrirse un periodo de inestabilidad que bien podría desencadenar cambios en Moscú.
Pero ¿cómo se ha llegado hasta aquí? La respuesta no es sencilla, y en parte está basada en una evolución que ha ocurrido en las últimas décadas en el escenario político global que nos afecta a todos, no solamente a Rusia. El actual sistema en el que nos encontramos está basado en un concepto básico, en un ideal abstracto con efectos muy reales: la soberanía. Nuestro sistema se compone de una serie de entidades políticas soberanas que interactúan y son interdependientes. Éstas tienen, además (en principio), el monopolio sobre el uso de la fuerza legítima, haciendo que sean los verdaderos agentes (entidades con agencia o poder de actuación) de nuestro sistema internacional. La evolución antes mencionada no es otra que un cambio radical en este concepto, una erosión contaste de la soberanía de los Estados que ha resultado en la aparición de nuevas piezas en el tablero capaces de poner entredicho el papel principal de éstos en el sistema.
Aunque no es un hecho nuevo, esta erosión se ha hecho más evidente en las últimas décadas. Hoy nuevos actores han irrumpido en escena y han puesto patas arriba un sistema diseñado por y para Estados, siendo éstos incapaces de reaccionar o adaptarse a un panorama cada vez más competitivo, en los que ya no son los únicos protagonistas. Y es que, en este nuevo mundo, organizaciones no estatales están incrementado su capacidad de acción. Estos nuevos actores son muchos y variados y van desde empresas multinacionales, pasando por organizaciones no gubernamentales, cárteles, grupos terroristas, movimientos subnacionales o los nuevos mercenarios estructurados en compañías privadas de seguridad.
El caso es que estos se han convertido en verdaderos actores globales, con capacidades cada vez mayores, y cuyas acciones han terminado erosionando ese ideal de soberanía otrora monopolio del Estado.
El grupo Wagner es, quizás, el síntoma más flagrante de este cambio, no solo por sus acciones de estos pasados días en Rusia, pero también por su papel en varios conflictos en diversos continentes. Estos neo-mercenarios han sido clave, por ejemplo, en el continente africano donde están presentes en Mali, Chad, Burkina Faso, la República Centro Africana, Libia, Sudan, Costa de Marfil, entre otros. Pero sus acciones no se basan meramente en la participación en combates, si no que están construyendo un verdadero imperio a través del control que ejercen sobre la explotación y comercio de materias primas, enriqueciéndose de paso, pero también jugando un papel estratégico en el tablero geopolítico global.
El modus operandi de la organización pasa por el debilitamiento o incluso desmantelamiento de las estructuras institucionales allá donde trabajan, apostando por e incluso encumbrando a grupos ajenos al poder político establecido a cambio de derechos de extracción de materias primas, desde oro a petróleo o incluso tierras raras. Esto resulta en la obvia erosión de la soberanía de los Estados en los que opera, pero además en una autonomía reforzada del grupo, que no solamente cuenta con soldados, también con todo un ejército de profesionales como abogados, geólogos, financieros y analistas de inteligencia capaces no solo de operar fuera del control de los estados, también de controlar territorio.
Los éxitos de este grupo en estos escenarios hicieron que el Kremlin decidiera apoyarse en ellos desplegándolos en Ucrania al encontrarse con la feroz y valiente resistencia local. Esto llevo a un duro enfrentamiento en Prigozhin y los principales responsables de las fuerzas armadas rusas, en concreto el ministro de Defensa Shoigu y el general Gerasimov, por la supuesta falta de apoyo de éstos a sus mercenarios.
Estas grietas internas amenazan al régimen de Putin, quien, a pesar de haber sido capaz de restaurar el orden en apenas un par de días, queda en una posición delicada tanto interna como externamente. La creciente influencia de Wagner, así como una creciente popularidad en el país, resultan en una clara erosión de la soberanía nacional rusa que bien podría dar con el fin del régimen de Putin.
Este escenario tendría consecuencias preocupantes. Si bien podría resultar en avances ucranianos en la recuperación de territorio ocupado, podría así mismo resultar en la llegada al poder en Moscú de elementos incluso más radicales del estamento político ruso, resultando, pues, en un régimen más violento si cabe.
Otra posibilidad que se abriría dadas las circunstancias sería la partición de la Federación de Rusia. Sin duda esta sería la más grave de las posibilidades, ya que se establecerían entidades políticas inestables que controlarían entre sí el mayor arsenal nuclear del mundo.
Vladimir Putin es hoy más débil. Su poder está en entredicho y se ve ante un panorama complejo. Sus opciones son pocas y pasan por la disolución de Wagner y la incorporación de sus hombres a las Fuerzas Armadas rusas para así intentar recuperar no ya el control de su gobierno, también restaurar su muy erosionada soberanía. Antes dicho que hecho.
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