Guerra en Gaza

Israel: del siete de octubre a la guerra de los siete frentes

Medio siglo después de la última guerra con el mundo árabe, Tel Aviv se enfrenta a un nuevo conflicto existencial con enemigos no estatales, desiguales y a menudo invisibles

US President Joe Biden (L) looks on during a meeting with Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu (C) who confers with Israeli Defense Minister Yoav Gallant (R) in Tel Aviv, Israel, 18 October 2023. President Biden pledged US support for Israel and said the overnight attack on a hospital in the Gaza strip 'appears' to have been caused 'by the other team'.
US President Joe Biden (L) looks on during a meeting with Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu (C) who confers with Israeli Defense Minister Yoav Gallant (R) in Tel Aviv, Israel, 18 October 2023. President Biden pledged US support for Israel and said the overnight attack on a hospital in the Gaza strip 'appears' to have been caused 'by the other team'. MIRIAM ALSTER / POOLEFE/EPA

«Nos encontramos en una guerra que se desarrolla en múltiples arenas. Estamos siendo atacados desde siete sectores diferentes: Gaza, Líbano, Siria, Israel, Irak, Yemen e Irán», afirmaba esta semana el ministro de Defensa, Yoav Gallant. «Hemos reaccionado y hemos actuado en seis de esos frentes», remataba el que fuera jefe del Comando Sur de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).

Como si de una profecía bíblica se tratara, el moderno Estado de Israel lucha también contra las referencias numéricas. Las atrocidades cometidas en la mañana del 7 de octubre por las fuerzas de Hamás dieron comienzo a una guerra que Tel Aviv libra hoy en siete frentes de manera simultánea. Sólo en los Seis Días de junio de 1967 y la Guerra del Yom Kippur, de cuyo inicio se cumplió medio siglo el pasado 6 de octubre, apenas un día antes –¿casualidad?– de la incursión de los milicianos de Al Qasam en suelo israelí, vivió el Estado de Israel una amenaza existencial como la que en estos momentos afronta. A diferencia de los conflictos de 1967 y 1973, en el conflicto de los siete frentes las FDI no tienen hoy delante a ejércitos regulares de Estados árabes sino, sobre todo, a un conjunto de fuerzas no estatales e invisibles cuyo objetivo indisimulado no es otro que la eliminación de Israel.

A la cabeza de todas ellas, Hamás, nacido como movimiento de resistencia islámico con el estallido de la Primera Intifada en 1987. Desde su victoria en las únicas elecciones libres celebradas en la historia palestina en 2006, la organización ha controlado de manera férrea su bastión terrorista de Gaza. De la Franja se infiltraron en suelo israelí en la mañana del 7 de octubre varios miles de combatientes de las brigadas Al Qasam, responsables de la mayor matanza de civiles de la historia del Estado judío. Y desde entonces el Ejército israelí se emplea a fondo, transcurridos ya 85 días de bombardeos y operaciones sobre el terreno –el jefe del Estado Mayor de las FDI Herzi Halevi advertía esta semana de que la ofensiva «durará varios meses»–, en el desmantelamiento de la estructura bélica de la organización islamista suní en Gaza.

Y de Gaza al sur del Líbano, bastión de Hizbulá. El partido-milicia defensor de la comunidad chií –un Estado dentro del disfuncional Estado levantino– que lidera Hasán Nasralá no ha dejado pasar la ocasión de atacar desde sus dominios en el sur del Líbano posiciones militares y civiles del norte de Israel casi a diario en los últimos tres meses a pesar de que las agresiones siempre tuvieron respuesta de las FDI. La organización apéndice del régimen de los mulás –un auténtico ejército con al menos 25.000 efectivos activos y bien preparados para el combate; Nasralá asegura contar con 100.000 hombres– presume de haber sido el único actor regional capaz de anotarse una victoria militar –Segunda Guerra del Líbano, en 2006– frente al Ejército de Israel, que es consciente de los riesgos que entrañaría un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con las tropas de Hizbulá.

La vecina Siria –formalmente gobernada por el rehabilitado Bachar el Assad– es hoy campo de operaciones de tropas iraníes y fuerzas proxy de Teherán –como la rama local de Hizbulá–, algunas de ellas formadas por la propia Guardia Revolucionaria. No en vano, en en Damasco un bombardeo de las FDI acababa la semana pasada con la vida de un alto cargo de la citada Guardia Revolucionaria iraní, Razi Musavi. Israel lo acusaba de tráfico de armas y de ayudar a Hizbulá y otras organizaciones islamistas. Estados Unidos y fuerzas aliadas han sufrido un centenar de ataques de milicias chiíes proiraníes en instalaciones militares en Siria e Irak desde el 7 de octubre pasado.

El más inopinado de los frentes de esta guerra, el de Yemen, se ha convertido en las últimas fechas en el escenario más preocupante no sólo para Israel sino para la comunidad internacional. La insurgencia proiraní, los conocidos popularmente como hutíes –que combaten desde 2015 contra una alianza liderada por Arabia Saudí en apoyo del Ejército regular yemení por el control del país–, amenazan con expandir el conflicto a una zona especialmente sensible de Oriente Medio y el planeta: el mar Rojo y el golfo Pérsico.

Desde el comienzo de la operación anti-Hamás de Israel en Gaza, los insurgentes apoyados por Teherán –en control del oeste y el norte del país– han atacado en más de una docena de ocasiones buques mercantes vinculados directa o indirectamente a Tel Aviv en aguas del mar Rojo o lanzado proyectiles desde Yemen hasta territorio israelí. La amenaza al comercio internacional en una de las principales rutas marítimas del planeta ha empujado a Estados Unidos a forjar una alianza internacional –integrada, entre otros países, por Reino Unido, Francia, Italia o Bahréin– con vistas a llevar a cabo el despliegue de una flota con la que garantizar la seguridad de la zona.

Detrás de todos ellos no se encuentra sino la República Islámica de Irán, patrocinador del islam chií y de una pléyade de fuerzas proxy de distinto signo a lo largo de todo Oriente Medio con el único pegamento del indisimulado deseo de eliminar el «ente sionista», a las que Teherán llama el «eje de la resistencia». Una vez más las autoridades iraníes amenazaban esta semana a Israel, en esta ocasión a propósito de la eliminación de Razi Musavi, con una «poderosa venganza» en el «momento oportuno», pero lo cierto es que el régimen de los ayatolás evitará –como ha hecho hasta ahora– una confrontación directa con Israel, al que seguirá amenazando mediante la acción de fuerzas interpuestas.

No menor es para Israel la amenaza interna. La matanza del 7 de octubre en varios kibutz situados en el perímetro fronterizo de Gaza evidenció la vulnerabilidad de la población civil ante el clamoroso fallo en la inteligencia israelí. La población de ciudades como Ascalón o Asdod sufre de forma cotidiana la reiterada agresión en forma de cohetes y misiles por parte de Hamás desde Gaza. Varios han sido, además, los atentados terroristas –obra de partidarios de Hamás o Yihad Islámica o actos individuales– registrados en Tel Aviv o Jerusalén a lo largo del año que está a punto de concluir.

Las autoridades de Israel son, en fin, conscientes de que, a diferencia de lo ocurrido en los Seis Días y el Yom Kippur, la actual guerra de los siete frentes no concluirá con un tratado o declaración de alto el fuego definitivo con Gobiernos vecinos. Será un conflicto permanente, invisible, desigual que exigirá, además de poderío militar y de inteligencia, el apoyo de los aliados y la adopción de decisiones políticas.