Corea del Norte

Kim anuncia una «producción masiva de ojivas nucleares»

En su discurso de Año Nuevo, el dictador norcoreano mantiene la escalada militar con Estados Unidos, pero tiende la mano a Seúl para iniciar una vía de diálogo

Kim Jong Un, durante su discurso de Año Nuevo
Kim Jong Un, durante su discurso de Año Nuevolarazon

En su discurso de Año Nuevo, el dictador norcoreano mantiene la escalada militar con Estados Unidos, pero tiende la mano a Seúl para iniciar una vía de diálogo.

El líder norcoreano, Kim Jong Un, exhibió su orgullo nuclear durante el tradicional discurso de Año Nuevo y alardeó de haber convertido al régimen ermitaño en una potencia atómica en 2017. Ataviado con un traje de chaqueta gris claro, con corbata del mismo color y gafas de pasta, Kim amenazó a la comunidad internacional con incrementar la producción de armas atómicas y misiles balísticos a pesar de las nueve resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que exigen una desnuclearización del país asiático. «Este año debemos centrarnos en la producción masiva de ojivas nucleares y misiles balísticos y acelerar el despliegue». Despidió el 2017 como el año en el que Corea del Norte logró «la meta de completar nuestra fuerza nuclear estatal» y dio la bienvenida a este nuevo año que será, según sus palabras, el de la consolidación de su controvertido programa armamentístico.

El llamado Líder Supremo no obvió las referencias a Estados Unidos y defendió el programa atómico como una fuerza de disuasión contra el enemigo externo. Para Kim Jong Un, los avances tecnológicos y balísticos de Pyongyang neutralizan las amenazas del presidente norteamericano, Donald Trump, sobre un ataque preventivo contra su territorio. Con todo, advirtió: «Siempre hay un botón nuclear en mi escritorio». El dictador norcoreano aseguró que el arsenal nuclear sólo será utilizado en caso de amenaza de invasión o ataque aéreo. «Esto no es una amenaza, es una realidad», aseveró. La guerra verbal protagonizada por Kim Jong Un y Trump durante el pasado año elevó la tensión bélica en la región a cotas que no se habían contemplado desde la firma del armisticio que puso fin a la Guerra de Corea en 1953.

Pese a toda su propaganda nacionalista y belicista, el líder norcoreano rebajó el tono al referirse a su vecino del sur. Kim se mostró partidario de abrir una vía de diálogo con Seúl. «Cuando se trata de las relaciones Norte y Sur, debemos reducir las tensiones militares en la península para crear un entorno pacífico», argumentó. El dictador instó de nuevo al Gobierno de Moon a que ponga fin a los ejercicios conjuntos con Estados Unidos, sin renunciar a ningún aspecto de su programa armamentístico.

Sí hizo un gesto hacia Seúl al anunciar que Pyongyang enviará una delegación a los Juegos Olímpicos de Invierno de PyeongChang que se celebran el próximo mes de febrero. Era la primera ocasión en la que el régimen mostraba su voluntad de participar. «Esperamos sinceramente que sean un éxito», espetó. El hecho de que los Juegos de Invierno coincidan con el 70º aniversario de la fundación de la república comunista incide, en su opinión, en que se trata de un año «relevante para las dos Coreas».

El régimen norcoreano difícilmente olvidará este 2017. Doce meses en los que el país comunista ha conseguido desarrollar un misil intercontinental (ICBM) capaz de alcanzar territorio norteamericano, ha realizado un ensayo nuclear supuestamente diez veces más potente que la bomba que arrasó Hiroshima y se ha autoproclamado Estado nuclear. Logros para ellos –y amenazas para el resto– que le abren las puertas al selecto club de las potencias atómicas. «Durante décadas la comunidad internacional ha subestimado a Corea del Norte. 2017 ha sido el año del ajuste de cuentas para todos», declaró a LA RAZÓN Catherine Killough, integrante del Fondo Ploughshare, una organización que persigue prevenir conflictos que puedan llevar al uso de armas de destrucción masiva. En noviembre, Pyongyang realizó el lanzamiento de un misil balístico que puso en jaque a Estados Unidos con la amenaza de poder alcanzar su territorio continental, una prueba que, pese a suponer un significativo progreso, no demostró que el país sea capaz de insertar en el proyectil una ojiva nuclear, principal objetivo perseguido por Kim. Estos meses han servido para que las potencias extranjeras reconozcan finalmente el poderío militar de un régimen que, según estimaciones de Seúl, destina a este sector un 25% de su PIB –unos 10.000 millones de dólares de un total de 40.000 millones– y cuyos avances tecnológicos en el desarrollo atómico y de misiles se remontan a mediados de los años 50. Entonces, bajo el mandato de Kim Il Sung –el abuelo del actual dictador–, comenzaron a abastecerse de uranio, un material clave que extrajeron del subsuelo del país. Tras años en los que enviaron a sus científicos a estudiar a China y a la URSS logrando saltarse el bloqueo internacional, crearon su propia escuela para más tarde dotarse de la tecnología necesaria. Esta llegó gracias al mercado negro nuclear y al papel esencial que Kim otorgó desde que llegara al poder en 2011 a los científicos a cargo del programa, un grupo de eruditos al que dotó de recursos, además de otorgarles un estatus especial dentro de una nación que sólo venera a sus líderes.

Ni guerra ni solución para el conflicto norcoreano

A lo largo de 2017 Kim se ha regodeado con los cabecillas de un equipo nuclear al que ha tratado como estrellas de cine cada vez que realizaba unas pruebas en las que Seúl estima que Pyongyang ha gastado unos 250 millones de euros. A cada nuevo éxito le seguían imágenes que sorprendían por la camaradería que se respiraba entre los científicos y un líder que, según el espionaje surcoreano, ha llegado a acabar con la vida de sus parientes por desobedecer sus órdenes. Fotos juntos en el mausoleo de su abuelo –el ritual anual de mayor relevancia para la dinastía de los Kim–; fotos tras el lanzamiento del último misil en noviembre compartiendo cigarrillos; fotos abrazándose y llorando; e incluso fotos con uno de ellos subido a las espaldas de Kim en un gesto que evocaba una antigua tradición coreana en la que los jóvenes regalan a sus padres ancianos paseos en tándem como un gesto de gratitud por las dificultades que han soportado por sus hijos.

Estampas muy estudiadas y con un gran trasfondo propagandístico que no ha pasado por alto la comunidad internacional. Tal ha sido su importancia que la semana pasada Estados Unidos anunció castigos directamente contra dos de las caras más conocidas de su programa atómico, el general de la Fuerza Aérea Kim Jong Sik y el ingeniero aeroespacial Ri Pyong Chol, responsable de la sustitución del combustible líquido por combustible sólido y figura clave en el desarrollo de los ICBM, respectivamente. Un gesto con el que el secretario norteamericano, Steven Mnuchin, afirmó se persigue «ejercer la máxima presión para aislar a Corea del Norte y lograr una península desnuclearizada».

El anuncio de dichas penas llegó cuatro días después de la aprobación de la tercera y más dura ronda de sanciones del Consejo de Seguridad Naciones Unidas impuesta al país comunista en lo que va de año. Con ella se restringe la importación de combustible refinado en casi un 90% y se obliga a regresar a 100.000 trabajadores norcoreanos en el extranjero. Sin embargo, para los analistas consultados por este diario la desnuclearización es un imposible y las sanciones, que acumulan ya nueve rondas, no han servido para ese a propósito. Para Catherine Killough, del Fondo Ploughshare, «los castigos han aislado al país, pero sin una estrategia diplomática no está claro cómo pueden ser una herramienta efectiva». De la misma opinión es Naoko Aoki, miembro adjunto del Centro de Estudios Estratégicos y de Seguridad (CSIS), quien añadió que tampoco «han ayudado a obligar al país a sentarse a la mesa de negociaciones».

La cuestión es con qué fin Pyongyang negociaría con otras naciones si ya ha dejado claro que su objetivo principal es ser reconocido por la comunidad internacional como una potencia nuclear. Para Corea del Norte era fundamental dotarse de misiles intercontinentales antes de iniciar conversaciones con Washington, especialmente desde que Donald Trump entrara en la Casa Blanca. La guerra dialéctica que han mantenido desde entonces –con intercambios de insultos incluidos– y la falta de una política única hacia Pyongyang desde Washington amenazaron la estabilidad de la región en diversos momentos y dibujaron un panorama poco esperanzador. En él, los expertos han barajado la posibilidad de que Corea del Norte ataque EE UU o de que el país norteamericano lance un ataque preventivo para destruir el arsenal norcoreano, una situación que ha traído a la memoria el escenario de la Guerra Fría.

No obstante, hay analistas como Balbina Hwang, ex asesora especial en el Departamento de Estado de EE UU, que opinan lo contrario y consideran poco probable por la cantidad de bajas que un conflicto de este tipo acarrearía. «Los programas nucleares de Corea del Norte son una amenaza muy seria para el régimen mundial del Tratado de No Proliferación Nuclear», aseguró a LA RAZÓN al tiempo que restaba importancia a la dura retórica que Aoki calificaba como «elemento desestabilizador». Ahora queda por ver cómo se desarrollará un 2018 en el que Pyongyang seguirá aunando esfuerzos para aumentar y mejorar su arsenal nuclear y de misiles. «Habrá más pruebas de misiles y tal vez incluso nucleares», aventuró Hwang al tiempo que abría la puerta a posibles «reuniones» o «conversaciones» entre Pyongyang y algunos funcionarios de Washington o Seúl. No obstante, auguró que no llegarían a buen puerto. «No habrá solución y no habrá guerra en 2018», sentenció.