Política

Disturbios en Misuri

Militarización peligrosa

La Razón
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Es importante, cuando algo sale mal, dejar claro de lo que se habla. Hablar de un estudiante y angelito pacífico llamado Michael Brown fue imprudente, y saquear pequeños negocios en su santo nombre, todavía peor. Pero las imágenes de Ferguson esta semana tendrían que resultar profundamente inquietantes para los estadounidenses enemigos de la violencia. El problema más elemental es que nunca vamos a saber con certeza lo sucedido. ¿Por qué? Porque el coche patrulla de Ferguson carecía de cámara para grabar los incidentes. Eso simplemente no es creíble. Las «fuerzas» del «orden público» de Ferguson disponen al parecer de gases lacrimógenos, equipo antidisturbios, coches patrulla blindados y armas automáticas... pero no de cámara en el salpicadero. Es ridículo.

El año pasado, mi gestora fue sacada de su vehículo por un indignado policía de provincias que violó las garantías constitucionales contra las detenciones arbitrarias. El Estado perdió en los tribunales porque el artístico discurso del agente y el típico atestado manipulado no encajaban en la grabación de la cámara de abordo. Hace tres años me paró un vehículo de paisano en Vermont y me multó sin venir a cuento. En el tribunal, me despaché con la política del departamento de no incluir cámaras en los vehículos de paisano y con los policías que conducen por ahí simulando ser James Bond pero sin la cámara de espía. El juez me puso a caldo, pero gané. En el año 2014, que un vehículo de la Policía no tenga cámara es una decisión consciente. Y debería ser tratada como tal. Y si hemos de tener un programa federal de subvención a los departamentos municipales de Policía, deberíamos prescindir del que les proporciona armas de segunda mano procedentes de Tikrit y de Kandahar, y cambiarlo por uno que se asegure de que sus patrullas tienen cámara.

En cuanto a lo sucedido en las jornadas transcurridas desde el tiroteo, durante los últimos meses he escrito mucho acerca de la decepcionante militarización de la Policía en Estados Unidos, y no hay mucho que añadir. ¿El uniforme de Ferguson es como juntar un atentado terrorista con logotipos de refresco? En efecto. Vestirse de camuflaje en la jungla de la América profunda implica vestirse de donuts y envoltorios Taco Bell. Un soldado lleva ropa verde en Vietnam para confundirse. Un policía no va de verde en Ferguson para camuflarse, va así para destacar, para que la gente sepa: hemos llegado, vamos en serio, asumidlo. Esto no es una cuestión baladí. La idea del «uniforme» es que hay una razón para ir uniformados. Así que cuando la Policía se viste de tropas de combate, no es cuestión de moda, es una alteración fundamental de su identidad.

Lo que nos devuelve a la muerte de Michael Brown. Supondremos por el bien del argumento que lo que dice la Policía de este incidente es cierto. En ese caso, tanto si el disparo fatal contra Brown es un crimen como si no, desde luego es un error. Cuando un ratero desarmado vestido con camiseta y pantalones se lleva una caja de cinco dólares en una mano y hay que matarlo de un tiro es que las cosas no se hacen bien.

La Policía estadounidense se siente demasiado cómoda con el uso rutinario de la fuerza letal. En Alemania, un país de 80 millones de habitantes, la Policía abrió fuego en 2011 con resultado fatal contra seis personas. En Dinamarca, contra 11 personas en 11 años, y esto se consideró tan preocupante que el comisario nacional de Policía abrió una investigación para ver por qué los agentes se habían vuelto tan proclives a apretar el gatillo. En Australia, 41 personas fueron alcanzadas por disparos de la Policía en ocho años, y la entonces ministra de Justicia, Amanda Vanstone, consideró que era mucho. En Islandia, la Policía ha abatido a tiros a un único sospechoso. Un hombre en la historia entera del país. De manera que las comparaciones entre los muertos a manos de la Policía norteamericana y los de los demás países desarrollados son odiosas.

En Ferguson, ambas partes convienen en que el primer disparo salió del interior del coche. Los demás fueron efectuados por el agente cuando abandonaba el vehículo, al menos seis balas. A efectos comparativos: en 2011, la Policía de Alemania disparó 85 tiros. Eso es todo. El Cuerpo entero, de todo el país; 85 balas en un año. Son siete al mes. Una bala por cada millón de alemanes. De forma que la Policía de Ferguson utilizó el mismo número de balas contra Michael Brown que la Polizei con diez millones de alemanes. Pero según criterios norteamericanos, son relativamente comedidos. El mismo año de esas cifras alemanas (2011), la Policía de Miami superó el presupuesto anual de la Polizei en balas en un único incidente de tráfico: Raymond Herisse, un oriundo de Boynton Beach de 22 años de edad, moría en un tiroteo, después de que, según los agentes, él se hubiera negado a detener su Hyundai por la avenida Collins... Doce agentes –de las comisarías de Miami Beach y Hialeah– efectuaron más de 100 disparos contra Herisse.

Hace tres meses hice ya esta pregunta: ¿Es la población civil estadounidense tan distinta de la europea o la australiana o la canadiense que hay que vigilarla como si fueran rebeldes acorralados en una guerra civil?

Una escandalosa cifra de lectores estadounidenses me escribió para decir, con notable tranquilidad, que EE UU no podía permitirse el lujo de ser el policía del primer mundo. Que regiones importantes de Estados Unidos tienen demasiados inmigrantes ilegales, bandas de droga, luchas raciales, etc. A lo mejor. Pero el problema es que, cada vez más, es el único estilo de orden público que imparte la cultura policial de este país, no sólo en barrios deprimidos, sino en los barrios de clase alta y en las fiestas universitarias, y en los municipios rurales también. Lo que viene a significar que algún día, a menos que algo suceda, todos estaremos vigilados por policías como los de Ferguson.

*Profesor del Hillsdale College de Michigan y crítico de «The Spectator»